jueves, 19 de junio de 2014

El llanto de Serey

Las notas de su himno nacional comenzaron a sonar. El marco lo impresionó cuando escuchó cómo rugía el estadio, mientras las banderas de su país se ondeaban en las tribunas. La emoción le iba ascendiendo por los ojos. La cabeza se llenaba de recuerdos: 

Papá comprándole su primer pelota y llevándolo a las canchas de tierra que abundaban por su casa. Papá acompañándolo a su primer partido en el equipo de niños y apoyándolo a cada instante. Papá con los ojos repletos de lágrimas cuando se enteró de que él, su hijo, había sido aceptado en un equipo Suizo. Papá hablándole por teléfono después del primer partido y dándole consejos como cuando era un infante. Papá radiante cuando Serey fue a casa para avisarle que había sido convocado a la selección nacional de Costa de Marfil.

El futbol se convirtió en su remanso, en nube sobre la cual volar mientras en su país corría la sangre.  

Por eso, mientras el himno se entonaba y él apoyaba su mano en el corazón, las lágrimas comenzaron a rodarle por las mejillas, por eso descompuso el rostro cuando vio el marco y recordó las palabras de papá fallecido hace 10 años:  

"Cuando salgas a la cancha y portes la playera nacional, debes estar consciente de que en tu espalda cargas la ilusión de muchos de nuestros hermanos, incluido yo, así que sal y muestra lo mejor de ti que yo, desde donde esté, me sentiré muy orgullo de mi pequeño Serey"

Por eso no pudo contener el llanto cuando escuchó su himno en el estadio.

@juaninstantaneo

martes, 17 de junio de 2014

Mi blanca playera

Hoy me pondré la playera de la selección. Llegó el día del partido mundialista más esperado por México y debo estar en sintonía. No negaré que me gustaría tener la playera nueva, pero lo pienso al sentir que en mis bolsillos traigo unas cuantas monedas y no me alcanza para darme esos lujos.

Mejor así, con la que tengo. Además, podré presumir que tiene mi nombre y el número del capitán actual del Tri. No es verde pero tampoco el horror de la naranja o la extraña playera guinda que sacaron en 2002 y retomaron de las primeras participaciones de la selección en los mundiales. No.

Tampoco es la verde con plumas que utilizaron en 2010 ni la del calendario azteca de Francia 98. Me gustaría tener aquella playera blanca con la que Negrete le anotó el golazo a Bulgaria o aquella que inmortalizará el “Cuauh” y el “matador” cuando les anotaron gol a Bélgica y Holanda respectivamente y significaron empates que permitieron la clasificación de México a octavos de final.

La mía es blanca. Similar a la que usaron en la Copa América de Venezuela en 2007, ese torneo en que Nery Castillo brilló y pintaba para convertirse en un extraordinario jugador. Ahora que lo pienso, puede que esa playera tenga la magia necesaria para que hoy la selección venza a Brasil. Así como lo hizo aquella noche con un golazo del ex jugador del Olympiacos.

La playera que pienso ponerme esta tarde la compré para formar parte del equipo formado por mis amigos de CCH. Con esta casaca ganamos el tercer lugar del torneo local y nos batimos como guerreros en la cancha. Pocas veces la nostalgia me ha parecido tan bella.

En fin. Estar tarde, a las dos, me enfundaré en la camiseta blanca de México y apretaré  los dedos para invocar a la diosa fortuna y a sus leales vasallos: tenacidad, esfuerzo y constancia. 

Esta tarde, con el número del capitán en la espalda, llenaré de gritos la habitación en espera de gritar el gol de la victoria. Así como en 2007 lo anotó Nery. Así como en 2012, en el mítico Wembley, marcó Oribe. Así como en 1999, en el Azteca, Blanco dejó tendidos a los brasileños en el campo y México se consagró campeón.

@juaninstantaneo

jueves, 12 de junio de 2014

Aquella chamarra verde-amarilla

Roberto Carlos vivía sus primeros días en la tierra cuando el mundial de Francia 98 se inauguraba. Por alguna extraña razón su vida estaría ligada al juego más hermoso del mundo. 

Prueba de ello sería el primer regalo que uno de mis tíos le obsequiaría: su nombre. El segundo habría de ser una chamarra verde con amarillo que tenía los colores de la bandera brasileña.

Era Brasil el país favorito a llevarse la copa del mundo al contar en sus filas con jugadores como Ronaldo, Rivaldo, Cafú, Bebeto, Dunga y Roberto Carlos. El último nombre habría de convertirse en el de mi hermano.

“Ponle Roberto Carlos, así, como el jugador brasileño”, dijo mi tío aquella tarde en que trajimos a mi mamá y hermano del hospital. La criatura miraba a todos lados pero ponía énfasis en la pared. Asombrados y llenos de ternura lo veíamos, mientras el cuarto se convertía en un sauna.

Días después gritaríamos los goles de México a Corea y alabaríamos la magia que el “Cuauh” tenía en las piernas y que le permitiría patentar una jugada llena de picardía. En la inocencia de mis 8 años pensé que el bebé sería calvo, pues sólo tenía destellos de hebras negras en la cabeza.

Si estuviera rapado parecería Roberto Carlos, así, como el brasileño. Sólo le faltaría ser de baja estatura, correr como endemoniado y tener tremenda fuerza a la hora de patear un balón.

Mis papás se mostraron encantados con la idea de mi tío. Algunos pensarían que el nombre tendría su origen en el cantante brasileño (vaya coincidencia), pero sólo nosotros (mis padres, hermano y tío) sabríamos la verdad.

En aquellos años el futbol era diversión pura. Cualquier instrumento que pudiera patearse servía para simular un balón. Poco importaba si tenía los tenis de las mejores marcas del mundo o si carecía de una playera tricolor, lo importante era disfrutar. Así que todavía no dimensionaba la importancia de un mundial de futbol.

La consagración del nombre de Roberto no llegó con el acta expedida por el Registro Civil. Llegó cuando mi tío le obsequió su primera y diminuta chamarra verde con amarillo. Esa prenda sería su distintivo.

Mientras México le ganaba a Corea del Sur y el “Cuauh” sacaba su famosa jugada del sombreo, el pequeño Roberto Carlos seguía con los ojos muy abiertos, parecían dos enormes canicas negras.

Mientras México le empataba a Bélgica y el ”Cuauh” convertía en golazo el pase de Ramón Ramírez, mis abuelos habían venido a desayunar a nuestra casa-cuarto.

Mientras México le empataba, agónicamente, a Países Bajos, y calificaba a octavos de final, yo veía cómo dormía mi hermano, procurando que el emocionado grito de gol de Hugo Sánchez, invitado a la transmisión del partido, no despertara al pequeño.

Mientras el “Matador” perdonaba a los alemanes y Klismann y Bierhoff terminaban con el sueño mexicano, yo aprendía cómo cargar a mi hermano.


Mientras el 3 brasileño lamentaba la derrota y Zidane se consagraba como el rey del mundo futbolístico, Roberto Carlos se alistaba para crecer y escribir, junto al futbol, su historia.

@juaninstantaneo

lunes, 9 de junio de 2014

El regalo de papá

Papá me conoce muy bien. Mi cumpleaños se acerca y sé que le atinará al regalo que yo más quiero. Estoy por cumplir 12 años y comienzo a dejar de ser un niño, al menos eso pienso. La primaria está por terminar y la secundaria por iniciar. Siento una mezcla extraña de sentimientos que sólo es superada por la emoción que me representa la llegada del mundial de futbol. Quisiera tener más años y dinero para poder estar en Corea y Japón. O, ya de perdida, comprarme la playera verde de la selección. O la guinda.

Es 2002. Marzo ha iniciado y mi cumpleaños se acerca como se acerca la inauguración del mundial. Aunque hay un problema, los partidos serán de madrugada y yo tengo que levantarme muy temprano para ir a la escuela, a la primaria. Y ni pensar en faltar, mamá y papá no me lo permitirían. Así que tendré que despertar muy temprano y aguantar sin quedarme dormido.

Aún recuerdo la emoción y el nervio del pase al mundial. Era noviembre de 2001. Se sufrió como en pocas ocasiones. Por poco y no vamos y todo por la culpa del “ojitos” Meza. Pero llegó Aguirre y salvó el barco en aquel mediodía de domingo cuando un cabezazo de Borgetti nos dio vida. Después vino la resurrección mexicana y el partido del todo o nada frente a Honduras.

Recuerdo que el ambiente era de tensión, o al menos eso era lo que yo sentía. Un día antes, en el noticiero de las 3 de la tarde, habían hecho una simulación del partido que disfruté como pocas veces. Me encantaría que previo a cada partido hicieran eso pero sé que no pasará. En fin. Refugiado en la pequeña bandera tricolor que me compraron para el pasado grito de independencia, me preparo para ver el día del todo o nada.

Grité y grité mucho cuando los tres goles de México cayeron en la portería catracha. Me emocioné con el gol del “Cuauh” y el pase al mundial. Después vino el sorteo. ¡Ah para suerte! Croacia, Ecuador e Italia. Las expectativas son pocas, pero a lo mejor este año es el bueno y México da la campanada.

Es el día de mi cumpleaños y espero el regalo de mi papá. El tintineo de la campanita me anunciará su llegada. En la tarde mamá me hizo enchiladas y las disfruté como pocas veces. No habrá pastel pero eso poco me importa cuando puedo comer uno de mis alimentos favoritos.

Mis hermanos aún están pequeños para entender la emoción del mundial y no comprenderían porqué he vuelto a sumergirme en las enciclopedias Larousse que papá compró hace unos 7 años. ni porqué busco las banderas de los países que participarán ni si ya trato de saber por cuántas horas nos llevamos con Corea y Japón.

Se acerca el mundial y estoy muy emocionado.

El regalo de papá me ha dejado sin palabras. Es sencillo pero magnífico. Me conoce muy bien y por eso me ha obsequiado esto que tengo en las manos. La verdad lo cuidaré y lo llenaré con mucha paciencia; trataré de escribir bonitos los número y las letras para que se entiendan y en unos años pueda consultarlo.

Lo veo y poco me importa que sea un promocional de Nescafé. Me importan más los nombres de los países, los grupos del mundial y lo horarios en los que se disputarán los partidos. Además se dobla y puedo llevarlo a donde quiera.


Y, si algo faltara, tengo plumas nuevas y un lápiz de puntillas para llenar los marcadores de los partidos. Me emociona tener entre mis manos esta guía que contemplo maravillado, así con la ilusión de un niño que aún sueña con balones y grita con ilusión los goles de su selección.

@juaninstantaneo