martes, 31 de julio de 2012

"Deja..."

A Mariana
Por ser la luz que ilumina mi corazón...


Tres meses habían pasado desde que compró aquel libro. Las vacaciones se le revelaban como un momento propicio para continuar con su lectura. Había escogido el lugar de descanso por excelencia, el otrora parque de su niñez.

Le gustaba sentarse bajo el cobijo del pirúl que de niño recorría sin cesar. A la izquierda colocaría la guitarra y a la derecha el libro. Estiraría sus piernas mientras aspiraba el aroma del árbol que le brindaba cobijo. De pronto, recordó la vieja libreta donde escribía sus pensamientos y los escarceos de canciones. La vida, la noche, la locura, la libertad y el desamor, eran los temas recurrentes en sus composiciones.

Sacó aquella libreta que había forrado con recortes de revistas musicales. Comenzó a hojear mientras sus ojos pasaban por las letras en el papel; a la vez, su mente recordaba los momentos que lo habían llevado a escribir. Se detuvo justo en la mitad del cuaderno, la piel se le enchinó; era la canción que una noche de mayo había compuesto para Lili.

El reloj marcaba las 11 de la noche. Sus insistentes movimientos en la cama le revelaron que no podría conciliar el suelo por algunas horas. Estaba emocionado. Por primera vez había abrazado a Lili por varios minutos, por primera vez había apoyado su cabeza en el hombro de la mujer, por fin dejaba que el aroma a jazmín del cuello de ella lo invadiera, despertando cada poro de su cuerpo, acelerando su corazón hasta el punto de crisparle la mirada.

Lili lloraba. A Carlos le dolía verla así. No tuvo palabras para consolarla y sólo atinó a extenderle los brazos y cubrirla en un abrazo momentáneo pero que quedó tatuado en su corazón. Al llegar a casa, el muchacho comenzó a reírse como loco; se aventó hacia el sillón de su improvisada sala, estirándose al máximo. Guardó silencio al escuchar un ruidito que lo pasmó, era su corazón. Por primera vez lo oía, por primera vez comenzaba a sentirse vivo.

Era jueves y la tarea, como pocas ocasiones, brillaba por su ausencia. Optó por bañarse, cenar e ir a la cama. Quería estar radiante. El insomnio, o la costumbre de las desveladas, venció la idea de descansar. Encendió la lámpara que en un regreso a casa compró en los vagones del metro, estiró la mano para alcanzar la libreta y la pluma de tantas batallas.

Su corazón seguía palpitando con tremenda intensidad. Poco a poco se levantó, entre asustado y maravillado, para sentarse en el borde de la cama y comenzar a escribir.

Las letras corrieron con soltura, las rimas no se le negaron y, por primera vez en mucho tiempo, sacó su lado más romántico, aquel que pensó extinto cuando Karla se marchó.

Carlos repitió:
Deja que en mis manos se grabe lo terso de tus brazos.
Deja que guarde el sol que esconde tu mirada
Y me refugie en la paz de tus ojos.

Deja que el tiempo transcurra,
Mientras tu voz se vuelve la canción que alegra mis mañanas.
Deja que mi corazón lata por la locura
De tener cerca esa sonrisa tuya…

(continuará...)

sábado, 28 de julio de 2012

La calidez de aquella piel

A M. M.
Tu beso, resguardado en mi corazón

...Junio lo ponía nervioso. Las vacaciones y el verano le obsequiaban tiempo para descansar y eso no le gustaba, pues era el momento en que la soledad reinaba en su vida. Apresurado terminó de arreglarse, corrió a la cocina a preparar el desayuno mientras la voz del locutor daba el resumen de las noticias.

El teléfono sonó. Uno, dos, tres timbrazos bastaron para que contestara. Era la voz de su madre. Era la llamada del día a día. En otros momentos dicha situación lo molestaría, hoy lo agradecía. El “te quiero” de su madre puso fin a la charla. Carlos colgó con un hueco en el estómago, la soledad lo había tomado y amenazaba con no soltarlo.

Decidió salir para distraerse por unas horas. Tomó la funda, con la guitarra adentro, e introdujo el libro que se había dispuesto a leer, “Arráncame la vida” se leía en la portada.

-¿No haz visto la película de Arráncame la vida?-, lo cuestionó Lili una tarde que caminaban por las calles de Coyoacán.

-No, dijo apenado el joven. En el aire, el olor a café predominaba. Algunas aves recorrían el cielo y marzo concluía.  

-Ya sé, te invito a mi casa y la vemos. La sonrisa de Lili lucía. Carlos afirmó con la cabeza.

Al día siguiente optó ir a la librería. El lugar lo recibió entre la algarabía de una ciudad tomada por la primavera. El sol extendía la figura de quienes caminaban por la acera; las botellas de agua desfilaban de la mano de las personas, mientras la tarde tomaba tintes de viernes.

Salió ahogado por el bochorno generado por los autos, sus oídos se saturaron del pitido y los gritos agudos de los vendedores. Optó por caminar, un vicio heredado de su último amor. Carlos notó el golpeteo de los recuerdos en su mente. Sacudió la cabeza intentando apartar esas imágenes, se dejó invadir por el ligero rostro de Lili, imaginando que un día la abrazaría hasta perderse en la calidez de aquella piel...

(Continuara...)

En el espejo


A Mariana
Cada latido es acompañado de tu nombre


Despertó con el sabor amargo del sueño inconcluso. Lanzó un lamento al aire que se confundió con el crujido de la cama. Intentó cerrar los ojos para continuar con el sueño, no pudo. Frustrado se talló los ojos mientras estiraba las piernas y sentía cómo cada parte de su cuerpo despertaba.

La mañana era fría. Por las rendijas de la ventana se colaban pequeñas caricias del viento. El sol estaba ausente; las nubes grises reinaban. El reloj marcaba las diez de la mañana de un 17 de junio. Carlos había soñado con Lili, la mujer que le hizo extraviar la mirada en sus pupilas.  

Se incorporó para mirar su habitación. Notó lo desgastado de los pósteres y las telarañas que se habían formado en las esquinas de su cuarto. Bajó la vista y sus ojos se posaron en la fila de libros que posaban sobre la repisa. Le impactó ver que se había vuelto un seguidor ferviente de Benedetti. Su cabeza lo llevó a recordar las palabras que su madre le había soltado una mañana mientras desayunaban: -¡Cómo cambian los hombres por una mujer! Lo había comprobado.

Siguió con la inspección del cuarto mas por ocio que por interés. Seguía molesto por haber despertado sin que el sueño concluyera. Estaba tan cerca que lamentaba haber abierto los ojos cuando sólo unos centímetros lo separaban de rozar los labios de Lili. –Soy un desastre -murmuró cuando vio las prendas que lucían amontonadas sobre una silla.

Dio unos pasos para situarse frente al espejo del buró que sus padres le habían obsequiado. Se contempló. Pasó sus manos sobre las mejillas y sintió el roce de la barba no cortada en tres días. Con la yema del dedo índice dibujó sus ojeras mientras observaba la ovalada fotografía que Lili le había obsequiado.

Aquella tarde, tras salir de la escuela, Carlos acompañaba a Lili a recoger las fotografías que le habían pedido para su trabajo. Caminaron bajo el paraguas que, en aquellos días de marzo, debía cubrirlos de un sol candente. La lluvia, atípica, los tomó por sorpresa mas por el frío desatado que por las gotas que incesantemente caían. Las calles se volvían estrechas. El local era pequeño. Al ingresar una campanilla delataba la presencia de los recién llegados. En el fondo, varios cuadros llevaban tatuadas las sonrisas de quinceañeras, bebés, esposos o niños.

Tras un par de minutos, Jorge, el fotógrafo, salió a atenderlos.

–Vengo a recoger unas fotos-, dijo Lili.
-Claro, ¿cuál es su nombre, señorita?, cuestionó Jorge mientras una sonrisa se le dibujaba en el rostro.
-Liliana Corona; son unas fotos infantiles a color-, puntualizó la mujer.
-¡Oh, sí, ya la recuerdo!-, concluyó el hombre mientras posaba los cansados ojos en Carlos.

El fotógrafo giró para quedar frente a la puerta que resguardaba el estudio. Carlos estaba absorto, tenía los ojos estacionados en el perfil de Lili. Con la mirada acarició la mejilla de la mujer y resguardó en su memoria la forma lateral de la nariz. Agudizó el olfato y comenzó a dejarse invadir por el aroma a jazmín que desprendía el cuello de Lili.

Lili tenía los ojos perdidos en el cuadro de una pareja de recién casados. Por momentos sustituyó el rostro de la dama por el suyo, suspiró. El fotógrafo reingresó a la pequeña oficina sacando del idilio a Lili.

Carlos sintió un zarpazo en el corazón y las mejillas se le encendieron cuando el fotógrafo destacó lo guapa que era su “novia”. El muchacho no supo ocultar la pena causada por el comentario del señor. Lili sólo atinó a sonreír y agradecer el cumplido.

Carlos no podía hablar. Siempre le pasaba lo mismo: la pena lo tomaba y no lo soltaba.

El cielo seguía gris. La lluvia había dejado su marca en el asfalto. Lili introdujo sus dedos en la bolsita que contenía las fotografías, tomó una de ellas y giro hasta encerrar a Carlos, quien rió apenado.

-Es tuya. Te la regalo. Digo, para que me recuerdes y no me olvides.- dijo la mujer mientras sonreía.

Carlos estiró la mano, en su palma yacía la fotografía con el rostro de Lili, esa foto que había colocado en el costado de su espejo para que al despertar fuera lo primero que observara…

(Continuará...)

miércoles, 11 de julio de 2012

Sólo en sueños

Decidido, despertó. El sol acompañaba el repentino ánimo que lo dominaba. Sentía que era el día esperado. El día en que vencería sus miedos y dejaría que su corazón hablara.

Ricardo se miró en el espejo. Un pensamiento en forma de ráfaga cruzó su mente, Fernanda había llegado a su vida hace seis meses… Era enero. El año recién comenzaba. La tarde le pintaba buena tras haber disfrutado de un buen café en un local del centro de la ciudad. Salió del lugar para sentir el aire frío de la época y ahí la vio.

Fernanda caminaba con los brazos cruzados sobre el pecho. Ricardo quedó absorto al mirarla mientras su mente agradecía que Nicolás acompañara a la mujer.

Cruzó la calle esperando a que Nicolás lo viera, le hablara y presentara a la mujer que le acompañaba. Así fue…

A Ricardo el tiempo se le escurrió entre las manos. Perdido en la inmensidad de la mirada de Fernanda, comprendió que el amor es capaz de derrumbar cualquier barrera. El miedo, la soledad, tristeza y pena quedaban atrás cuando él paseaba a su lado.

Sólo una cosa lo detenía. Era incapaz de formular las palabras que expresaran el caudal de sentimientos que inundaban a su corazón cuando Fernanda sonreía, lo miraba o acompañaba por las calles de la ciudad.

Aquella mañana pintaba diferente. Ricardo se sentía capaz, como el niño que vence sus miedos en un momento inesperado.

Desayunó con la música por compañía. La voz de Rubén Albarrán lo incitaba a cantar. ¡Cómo te extraño, me falta todo en la vida si no estás…!, tarareó mientras el café desprendía volutas de humo. El celular vibró. La pantalla se coloreó mostrando la imagen de un sobre de carta. Fernanda, leyó. El corazón comenzó a latirle con una fuerza singular.
La cita era en Bellas Artes. Caminarían por las afueras del palacio, después, pensó, tomarían camino al Zócalo y con un poco de suerte, y cansancio, pararían en un bar o un café para disfrutar de la singular belleza de la ciudad. Ahí lo haría, cobijado por la luna de julio.

El reloj devoró a la mañana. Puso loción sobre su cuello imaginando la sonrisa que Fernanda pondría cuando descubriera que era la que ella le había obsequiado. Hoy es el día, dijo para sí.

Salió de casa con la sombra como su guardaespaldas. El bamboleo y tedio del metro disminuyeron al pensar en lo que le diría a Fernanda. Sólo deja hablar a tu corazón, le dijo Jimena, su amiga, un día antes.

Miró su reloj. Eran las cuatro de la tarde y faltaba media hora para su cita. Decidió sentarse y esperar. Sus pupilas brillaban. Sus ojos asemejaban a la miel. El cabello rozaba sus hombros. Fernanda era el sueño que tantas noches Ricardo había recreado.

El encuentro asemejaba uno de sus sueños. Fernanda no paraba de reír. Ricardo no podía dejar de mirarla. El sol cayó. El cielo comenzó a tornarse negro con un enorme punto sobre él.

La plancha del Zócalo los recibía y Ricardo sentía el mariposeo habitual de los enamorados. Es tarde, dijo Fernanda mirando su reloj. Sí, lo es, deberías irnos, sentenció Ricardo apretando los puños para tomar valor.

Dejó que avanzará. ¡Fernanda!, gritó, tengo que decirte algo. Dime, inquirió la mujer.

Hace tiempo que no me sentía tan feliz de compartir las mañanas, tardes y noches con alguien, lanzó. Hace tiempo que nadie me hacia sonreír como tú lo has hecho. ¿Sabes? Eres muy importante para mí…

No pudo continuar. No supo continuar. Las palabras se agolparon en su garganta mientras su cabeza era bombardeada por el miedo al rechazo y al dolor. No quiso continuar…

El cuarto estaba sumido en la oscuridad. Ricardo se había refugiado en las cobijas, en la soledad y vacío de la habitación. Cerró los ojos para soñar con la inmensidad de Fernanda, cerró los ojos queriendo olvidar…

Fernanda lo abrazó. Ricardo quedó mudo de la impresión y sólo atinó a recargar su cabeza sobre el hombro de la dama. Sintió paz, respiro tranquilidad en forma de aroma de jazmín. Se separaron mirándose a los ojos, dejando que las palabras se ausentaran y los sentimientos fueran los que hablaran…

Sólo en sueños pasó…

Juan