MM
Siempre a ti
Los últimos instantes se le disolvían en recuerdos de
momentos más felices. A pesar de la bruma que comenzaba a cubrir sus ojos, alcanzó
a ver la mancha de sangre que le rodeaba; no sintió miedo, sólo un frío que le
recorrió los rincones del cuerpo y le hizo cerrar los ojos; era el fin, lo
sabia.
Sus pasos marcaban decisión, como pocas veces irradiaba
seguridad y esa sensación le provocaba placer. Excitado, avanzaba por calles
estrellas y poco iluminadas, buscando miradas femeninas que lo invitaran a
perderse en la noche, en el cuerpo, en el deseo que no conoce consecuencias.
Levantó el cuello de la chamarra e introdujo las manos en
los bolsillos del pantalón comprado horas antes. Visualizó el bar que tantas
veces había visitado con los amigos y apresuró el paso, la noche era joven y
quería disfrutar al máximo de ella.
El alcohol se acumuló en su cuerpo como la necesidad de
buscar unos labios para cerrar su noche perfecta; giró la cabeza, izquierda y
derecha, una y otra vez; sólo encontraba miradas esquivas, labios que
susurraban saludos y cuerpos meciéndose al compás de la música atronadora.
La vio, quedó atolondrado ante lo besable que le parecieron esos
labios. Comenzó a saborear de la cabeza a los pies el cuerpo de la mujer, se
detuvo en las piernas y decidió que ella era la elegida. Avanzó entre las
parejas mientras desabrochada dos botones de la camisa. Se sentía capaz de
provocar incendios y alentarlos con su deseo, quería quemar y ser quemado, consumir
y consumirse en besos sin compromiso, en placeres de una noche.
Dejó las charlas para después, miró como si fuera lo último
que hiciera, como si con eso atrajera a quien tenía de frente. La envolvió
entre sus brazos, con las manos acarició los brazos desnudos que poseían una
capa de sudor delicado. Ella se metió en el juego de la seducción, estaba esperando
algo así.
Comenzaron a moverse con delicadeza. La giró para ver los
ojos negros que lo tenían cautivo. Acariciando esas mejillas, redujo la
distancia al máximo para plantarle un beso que causó estremecimiento en el otro
cuerpo. Bailaron a más no poder, eliminaron las palabras convirtiéndolas en besos
fugaces, hasta que decidieron que el momento de marchar había llegado.
Un callejón les permitió adentrarse en el placer de lo
prohibido por la moral. La adrenalina mezclada con excitación se detuvo cuando
el sonido de unas botas se introdujo por el principio de aquel oscuro pasillo.
Camisa desabrochada, falda arrugada y perlas de sudor en la piel, era el saldo
de ese momento.
El contacto de aquellas botas los estremeció, finalmente
se encontraron con esa mirada vacía que llevaba odio en la boca y un cuchillo
en el puño. Comenzaron a forcejear, la mujer escapó pero el tacón de las
zapatillas se atascó en el momento menos indicado, sus rodillas golpearon el
suelo mientras miraba el cuerpo del hombro recién conocido caer.
El miedo se había ido. Sentía frío, sabía de la inminencia
del fin; atinó a cerrar los ojos tras contemplar el charco de sangre que el
cuchillo provocó al ingresar en su estómago. Se perdió en momentos más felices.
Se perdió en sueños imposibles.
@juaninstantaneo