sábado, 29 de septiembre de 2012

La inminencia del fin

MM
Siempre a ti 


Los últimos instantes se le disolvían en recuerdos de momentos más felices. A pesar de la bruma que comenzaba a cubrir sus ojos, alcanzó a ver la mancha de sangre que le rodeaba; no sintió miedo, sólo un frío que le recorrió los rincones del cuerpo y le hizo cerrar los ojos; era el fin, lo sabia.

Sus pasos marcaban decisión, como pocas veces irradiaba seguridad y esa sensación le provocaba placer. Excitado, avanzaba por calles estrellas y poco iluminadas, buscando miradas femeninas que lo invitaran a perderse en la noche, en el cuerpo, en el deseo que no conoce consecuencias.

Levantó el cuello de la chamarra e introdujo las manos en los bolsillos del pantalón comprado horas antes. Visualizó el bar que tantas veces había visitado con los amigos y apresuró el paso, la noche era joven y quería disfrutar al máximo de ella.

El alcohol se acumuló en su cuerpo como la necesidad de buscar unos labios para cerrar su noche perfecta; giró la cabeza, izquierda y derecha, una y otra vez; sólo encontraba miradas esquivas, labios que susurraban saludos y cuerpos meciéndose al compás de la música atronadora.

La vio, quedó atolondrado ante lo besable que le parecieron esos labios. Comenzó a saborear de la cabeza a los pies el cuerpo de la mujer, se detuvo en las piernas y decidió que ella era la elegida. Avanzó entre las parejas mientras desabrochada dos botones de la camisa. Se sentía capaz de provocar incendios y alentarlos con su deseo, quería quemar y ser quemado, consumir y consumirse en besos sin compromiso, en placeres de una noche.

Dejó las charlas para después, miró como si fuera lo último que hiciera, como si con eso atrajera a quien tenía de frente. La envolvió entre sus brazos, con las manos acarició los brazos desnudos que poseían una capa de sudor delicado. Ella se metió en el juego de la seducción, estaba esperando algo así.

Comenzaron a moverse con delicadeza. La giró para ver los ojos negros que lo tenían cautivo. Acariciando esas mejillas, redujo la distancia al máximo para plantarle un beso que causó estremecimiento en el otro cuerpo. Bailaron a más no poder, eliminaron las palabras convirtiéndolas en besos fugaces, hasta que decidieron que el momento de marchar había llegado.

Un callejón les permitió adentrarse en el placer de lo prohibido por la moral. La adrenalina mezclada con excitación se detuvo cuando el sonido de unas botas se introdujo por el principio de aquel oscuro pasillo. Camisa desabrochada, falda arrugada y perlas de sudor en la piel, era el saldo de ese momento.

El contacto de aquellas botas los estremeció, finalmente se encontraron con esa mirada vacía que llevaba odio en la boca y un cuchillo en el puño. Comenzaron a forcejear, la mujer escapó pero el tacón de las zapatillas se atascó en el momento menos indicado, sus rodillas golpearon el suelo mientras miraba el cuerpo del hombro recién conocido caer.

El miedo se había ido. Sentía frío, sabía de la inminencia del fin; atinó a cerrar los ojos tras contemplar el charco de sangre que el cuchillo provocó al ingresar en su estómago. Se perdió en momentos más felices. Se perdió en sueños imposibles.

@juaninstantaneo