martes, 17 de diciembre de 2013

Sorpresas

Ramón se levantó muy temprano. Era 23 de diciembre y el calendario le había jugado una mala pasada.

A sus 5 años, esperaba la llegada de Santa Clos con muchas ganas.

Ingrid, su mamá, sabía la cantaleta de cada diciembre: mamá, mamá, ya va a venir Santa Clos, clamaba el pequeño siempre con una enorme sonrisa.

Aquella mañana, Ramón corrió a la cama de sus papás para gritarles, en medio de lágrimas, que Santa no había llegado. La tragedia infantil se hacía presente en casa.

Su mamá, con la sabiduría de los años, lo invitó a subir a la cama, le acarició la mejilla y con la voz más dulce le dijo: hijo mío, Santa llega hasta mañana, no te preocupes, debes estar tranquilo.

Andrés, su padre, se talló los ojos y reconoció en las ansias del niño las suyas. Le extendió el brazo y le preguntó: -¿te portaste bien?- el niño, con la inocencia de su edad contestó que sí.

Entonces -prosiguió el padre- no tienes de qué preocuparte, Santa llegará, ahora a dormir, que aún es muy temprano.

Ramón encontró calma en las palabras de quienes eran sus héroes.

El día previo corrió con inusitada rapidez.

La noche llegó y con ello la ansiedad en Ramón.

Se dispuso a bañarse y cenar lo más rápido posible. Miró el reloj de la pared y vio que apenas eran las 9 de la noche, muy temprano para un niño acostumbrado a dormir a las 11 de la noche y ver a su padre.

Pero la ansiedad era grande.

Mamá, mamá, ¿me cuentas un cuento? -dijo Ramón- es que no tengo sueño, pero si me cuentas un cuento puedo dormir más rápido.

Ingrid miró con ternura a su hijo, lo llamó para abrazarlo y susurrarle en el oído que lo haría.

Mamá comenzó con aquel viejo cuento de los fantasmas navideños, siguió con otro que su padre le contaba en la niñez y terminó inventando uno sobre conejos y hadas.

Ramón comenzó a dormirse poco a poquito, mientras su cabeza se llenaba de las imágenes que su mamá dibujaba con palabras.

A las 12 de la noche Andrés llegó a casa. Besó a su esposa y le dijo que la sorpresa estaba hecha.
Debajo del árbol colocó una cajita que en su interior tenía coches. Le puso una tarjeta y se dispuso a dormir con la satisfacción del deber cumplido.

Mamá, mamá, papá, Santa llegó -Ramón corría con la cajita en las manos, en la cara llevaba la sonrisa que da la auténtica felicidad.

Pero -prosiguió el niño- no me trajo todo lo que pedí, -una mezcla de desilusión torció la sonrisa del niño-.

Sus padres se levantaron para ver el regalo del niño; Ingrid miró con enojo a un sonriente Andrés.

Mientras Ramón veía cada uno de sus coches, tocaron a la puerta. Como si fuera un automóvil real, el pequeño corrió a abrir. El grito de Ingrid fue detenido por un Andrés que le pedía dejara que el pequeño abriera la puerta.

Mamá, papá, ¡Santa está aquí!


Fin.

@juaninstantaneo