martes, 7 de mayo de 2013

El vértigo de la tarde


Mariana, la tinta de mi inspiración


Javier anda lentamente. No quiere que sus pasos consuman el camino que le queda por delante, desea extenderlo, que, si es preciso, se haga eterno. Quiere esperar, no importa el tiempo, pero esperar. 

Desganado, desliza los pies por el suelo, lleva la cabeza gacha y el recuerdo de Daniela atravesado en los ojos. Sabe que no debería estar así, pero su ausencia lo mata.

Sigue y parece convertirse en una sombra que se evapora con el leve viento, a su lado los otros cuerpos andan deprisa, como queriendo correr con el tiempo, pero él espera lo contrario: tomarlo, verlo fijamente y poder descomponerlo en ínfimas partes, sentarse y reconstruirlo mientras llega el momento del reencuentro con Daniela. Quiere hacer una flor y obsequiársela a la mujer que considera de su vida, mientras la envuelve en un abrazo capaz de curar todo.

Pero el tiempo se le escurre entre las manos y sigue avanzando. Javier se detiene cuando el semáforo le recuerda para qué es el color rojo, agradece y suspira cuando por su mente pasan las tardes donde de la mano de Daniela conquistaba caminos…, la extraña y lo dice con una mezcla de llanto y súplica.

La sabe lejos, bien pero lejos. Quiere correr y posarse frente a ella, besarle la frente, abrirse el pecho, extraer su corazón y dárselo en ofrenda a un amor que, murmura, es eterno. Gira la mirada a la izquierda y contempla a las parejas que se vuelven uno en su abrazo. Aprieta el puño envidiando esa sensación que recorre el cuerpo cuando encuentra a la mitad del alma. Se toma la mano y siente la pulsera que ambos compraron una tarde de domingo en el Zócalo de la ciudad mientras el himno nacional retumbaba en ese espacio. Sonríe, apenas, ante ese momento que se alojó en la mente al ser el quinto aniversario de su historia.

El recuerdo se desvanece cuando una pelota le toca el hombro. Sigue su cansino andar con el peso de la nostalgia sobre la espalda. La tarde avanza mientras las nubes grises dan matices a la sensación de ausencia que pesa en su corazón. La necesita, la quiere a su lado pero el presente se la niega.

Su destino se le revela como el faro a los barcos en medio del mar. Sonríe con ironía al saber que no la verá y tendrá que conformarse con soñarla y sentir que ahí el amor es eterno. 

De pronto, justo cuando comenzaba a bajar la mirada, un aroma a manzana le rodea la nariz, unas botas azules se le posaron de frente mientras sentía el calor de esos tiernos brazos rodeándole el cuello.

Levantó la visto y su cara se descompuso en una mueca sincera. 

@juaninstantaneo