jueves, 22 de agosto de 2013

A mi hijo

Con sigilo, Andrés bajó las escaleras del sótano. La oscuridad lo abrazó como una madre lo hace con su hijo. 

Fijó su objetivo en la caja de huevo que vio al fondo de la habitación, respiró al saberse cerca del objetivo.

El corazón se le aceleraba a medida que la distancia se volvía más corta. Posó sus manos sobre la caja. Con la palma despejó la capa de polvo. Abrió la caja, el secreto más grande, la herencia de la que tantas veces le había hablado el padre por fin sería descubierta por el hijo.

Andrés no pudo evitar la sorpresa al ver la cantidad de papeles que la caja contenía. Por momentos, la desilusión cruzó por sus ojos. Introdujo su mano y al azar sacó una de las hojas blancas. Reconoció las letras de Manuel, su padre. Comenzó a leer:

Hijo:

Sé que tu curiosidad te llevará a buscar las cartas de las que tanto te he hablado. Ésta que tienes en tus manos es una de ellas, la quinta que escribí, pero la primera que me gustaría leyeras. Imagino tus ojitos soñadores deslizándose por el papel, imagino la sorpresa que se ha de estar generando en tu carita.

Quisiera que supieras que nunca estarás sólo, de una u otra manera estaré a tu lado para protegerte, sólo quiero pedirte valentía, fuerza y mucha entereza, la vida no es fácil pero si persigues tus sueños y luchas cada día por conseguirlos, se te hará más llevadera.

Lo anterior no quiere decir que en el camino el disfrute de la vida se te niegue, al contrario: sé que tu futuro será prometedor, aprenderás, tendrás amigos, te enamorarás y crearás ilusiones compartidas, terminarás una carrera y comenzarás a crear una familia, los hijos llegarán a ti y junto a tu pareja vivirás tranquilo, porque, déjame decirte una cosa, la vida vale la pena cuando encuentras con quién disfrutarla y compartirla.

Seguro, en estos momentos reirás y sentirás escozor en las mejillas, pensarás que eso a ti no te pasara, pero, para serte sincero, todos transitamos por ese estado, la niñez nos permite despreocuparnos del futuro y ésa es una gran ventaja; la adolescencia nos hace aventurarnos; la adultez preocuparnos y la vejez contemplar el tiempo.

Hijo, tal vez el mundo te dé miedo, tal vez en muchas ocasiones tengas ganas de llorar y refugiarte en los rincones de tu cuarto; tal vez, eso es seguro porque tu mamá y yo así somos, te dolerán los otros, te preocupará el futuro y tu país; tal vez pienses que nada ha valido la pena.

Pero te pediría te des la fortuna de soñar, de sentirte capaz de seguir y vencer cualquier obstáculo, de ser capaz de disfrutar los instantes que la vida nos brinda. Si aprendes eso, podrás eternizarlos, guardarlos en tu corazón y evocarlos cuando la nostalgia te pise los talones.

Tal vez cuando estés leyendo esta carta vivas momentos de zozobra, pero hijo, dejarse vencer no es opción.

Hijo, sueña. Hijo, vive. Hijo, aventúrate. Hijo, pelea. Hijo, no te abandono.

Atte.
Papá


@juaninstantaneo

miércoles, 7 de agosto de 2013

La taza cayó


Felipe espera. El reloj suena y la ausencia no tardará en tatuársele en los ojos. Se estira en la cama, levanta la cobija que cubre su rostro y mira cómo la luz ilumina el cuarto, a un lado Silvia se alista para comenzar un nuevo día.

Da los últimos toques al maquillaje de su rostro. Arregla la mascada color verde que vestirá. Se alisa el chaleco negro y acomoda el cuello de la blusa blanca. Silvia voltea hacia la cama en busca de aquella mirada cómplice de Felipe, quiere que le diga: no te vayas, quédate conmigo y reencontrémonos en la cama, ahí donde nos descubrimos en nuestra esencia, en la forma más básica. Pero hoy no la encuentra.

Felipe se ha deslizado de las cobijas para llegar a la cocina. Le preparará el desayuno a su amada. Se apura, sabe que Silvia tendrá que apurarse, tomar su maleta de viaje e iniciar su andar por los aires. Hundido en sus pensamientos no siente cuando el cuchillo roza su dedo. Sangra y una extraña idea le surca por la cabeza: sufrirá, no será un buen día.

Sacude su cabeza con la intensión de ausentar dichas ideas. Decide concentrarse en el sartén que ya desprende vapor. A lo lejos escucha cómo Silvia tararea la canción de los dos. Felipe sonríe cuando voltea a mirarla. Se llena los ojos de ella, reconoce cada una de las líneas de su cuerpo, las arrugas que comienzan a formársele en la frente y la forma en que sus mejillas se sonrojan.

Silvia come aprisa mientras con las manos agradece el gesto de Felipe. Con los dedos le forma un corazón y se lo lanza al viento. La complicidad es lo de ellos, siempre lo ha sido.

El jugo de naranja desaparece del primer vaso que compraron después de casados. Saben que la hora de despedirse se acerca y buscan alargarla, pero el tiempo es su enemigo y el reloj les recuerda sus obligaciones. Ella saldrá al aeropuerto a trabajar como aeromoza; él se transportará hasta su oficina en el centro de la ciudad.

La maleta espera detrás de la puerta mientras ambos se enlazan en un beso que busca no tener fin. Sus corazones palpitan al unísono como la primera vez que juntaron sus labios. Se saben felices.

Deben separarse aunque el amor y la pasión se los impide, la mascada ha terminado en el suelo y la blusa y camiseta amenazaban con lo mismo hasta que el sonido de la alarma del celular los hizo regresar a la realidad.

Se dijeron “Te amo” como la manera de reafirmar el compromiso que hace dos años habían adquirido.

Felipe leyó el mensaje que apareció en su teléfono celular. “A las 3 salgo rumbo a Francia. Besos.” Contestó a la brevedad mientras un dejo de impaciencia le atormentaba la piel.

Impasible el reloj siguió su marcha. Felipe giró la cabeza para mirar la hora. Suspiró. Silvia habría despegado hace cinco minutos. Se levantó con la esperanza de observar pasar al avión por las ventanas de su oficina. Creyó verlo. Se sintió estúpido al pensar esa posibilidad y decidió hundirse en el teclado de su máquina. No pudo, un presentimiento lo atormentaba.

Decidió prepararse una taza de café para calmar sus nervios, mientras el agua se calentaba tomó papel y pluma, hace años que no le escribía una carta a Silvia. Empezó a redactar con el corazón tintineándole como tambor. Deslizaba la pluma sobre la hoja a la par de los recuerdos de sus días con Silvia. Sin encontrar explicación, las lágrimas le salieron por los ojos.

El sobresalto aumentó cuando escuchó cómo hervía el agua de su té. Corrió a apagarle a la estufa mientras le escribía un mensaje a Silvia. “No te olvides de avisarme cuando llegues, te amo”, redactó.

De pronto, su taza de té cayó, en el aire el avión falló.

@juaninstantaneo