Con sigilo, Andrés bajó las
escaleras del sótano. La oscuridad lo abrazó como una madre lo hace con su
hijo.
Fijó su objetivo en la caja de huevo que vio al fondo de la habitación, respiró al saberse cerca del objetivo.
Fijó su objetivo en la caja de huevo que vio al fondo de la habitación, respiró al saberse cerca del objetivo.
El corazón se le aceleraba a
medida que la distancia se volvía más corta. Posó sus manos sobre la caja. Con
la palma despejó la capa de polvo. Abrió la caja, el secreto más grande, la
herencia de la que tantas veces le había hablado el padre por fin sería descubierta por el hijo.
Andrés no pudo evitar la sorpresa al ver la cantidad de papeles que la caja contenía. Por momentos, la desilusión cruzó por sus ojos. Introdujo su mano y al azar sacó una de las hojas
blancas. Reconoció las letras de Manuel, su padre. Comenzó a leer:
Hijo:
Sé que tu curiosidad te llevará a
buscar las cartas de las que tanto te he hablado. Ésta que tienes en tus manos
es una de ellas, la quinta que escribí, pero la primera que me gustaría
leyeras. Imagino tus ojitos soñadores deslizándose por el papel, imagino la
sorpresa que se ha de estar generando en tu carita.
Quisiera que supieras que nunca
estarás sólo, de una u otra manera estaré a tu lado para protegerte, sólo
quiero pedirte valentía, fuerza y mucha entereza, la vida no es fácil pero si
persigues tus sueños y luchas cada día por conseguirlos, se te hará más
llevadera.
Lo anterior no quiere decir que
en el camino el disfrute de la vida se te niegue, al contrario: sé que tu futuro
será prometedor, aprenderás, tendrás amigos, te enamorarás y crearás ilusiones
compartidas, terminarás una carrera y comenzarás a crear una familia, los hijos
llegarán a ti y junto a tu pareja vivirás tranquilo, porque, déjame decirte una
cosa, la vida vale la pena cuando encuentras con quién disfrutarla y compartirla.
Seguro, en estos momentos reirás y
sentirás escozor en las mejillas, pensarás que eso a ti no te pasara, pero,
para serte sincero, todos transitamos por ese estado, la niñez nos permite
despreocuparnos del futuro y ésa es una gran ventaja; la adolescencia nos hace aventurarnos;
la adultez preocuparnos y la vejez contemplar el tiempo.
Hijo, tal vez el mundo te dé
miedo, tal vez en muchas ocasiones tengas ganas de llorar y refugiarte en los
rincones de tu cuarto; tal vez, eso es seguro porque tu mamá y yo así somos, te
dolerán los otros, te preocupará el futuro y tu país; tal vez pienses que nada
ha valido la pena.
Pero te pediría te des la fortuna
de soñar, de sentirte capaz de seguir y vencer cualquier obstáculo, de ser
capaz de disfrutar los instantes que la vida nos brinda. Si aprendes eso,
podrás eternizarlos, guardarlos en tu corazón y evocarlos cuando la nostalgia
te pise los talones.
Tal vez cuando estés leyendo esta
carta vivas momentos de zozobra, pero hijo, dejarse vencer no es opción.
Hijo, sueña. Hijo, vive. Hijo,
aventúrate. Hijo, pelea. Hijo, no te abandono.
Atte.
Papá