domingo, 9 de diciembre de 2012

Esperanza


A Mariana, 
la esperanza y realidad de mi vida

El cuaderno le pesaba, no sabía por qué. Se levantó dejándolo sobre la silla, había terminado de escribir el último capítulo de una historia que le dolía. 

Caminó hacia el ventanal que a esa hora lucía descubierto por la cortina. Las motas de luz le revelaban que la noche se apoderaba de la ciudad. Respiró profundo, se asustó al sentir que unos ojos al otro lado lo miraban. Se echó hacia atrás ante la perspectiva del temor. Pero no, su pensamiento lo traicionaba, siempre lo hacía, sobre todo cuando el recuerdo de ella le llegaba. 

Giró rumbo al cuaderno de pasta dorada, lo tomó y miró por última vez, sabía qué haría, era el momento...

El timbre de su apartamento lo asustó. Corría a abrir y se sorprendió al mirar a quien se había convertido en su esperanza, la abrazó. Entraron a la casa mientras se dejaban bañar por la oscuridad del hogar, él le pidió acompañarlo hacia la ventana, ella accedió. 

A sabiendas de que su presente le pedía no mirar atrás, abrió la ventana; después, con la mano izquierda sujetó la de su compañera mientras con la otra tomaba el cuaderno. Exclamó: -Fue un gusto conocerte, pero hoy te digo adiós-. Escuchó la caída del cuaderno hasta que se impactó con el piso. Miró a su acompañante y ambos se abrazaron, perdiéndose en un sueño que les duraría por la eternidad.