Hundió las manos en los bolsillos
del pantalón y comenzó a caminar mientras el cielo se tornaba de colores naranjas.
Por su cabeza transitaban cientos de pensamientos que se atropellaban uno al
otro.
De pronto, recordó que caminaba
sobre un sendero empedrado; intentó concentrarse para no tropezar mientras
recordaba las palabras de la mujer que más había amado en la vida: -no sé a
quién se le ocurrió ponerle piedras al camino, ¡son incómodas!- La secundó y
trató de centrar su pensamiento en aquella cara de sonrisa mítica y facciones
delicadas.
Se le antojó sentarse y
contemplar la huida del sol. Con ojos atentos, buscó el lugar indicado para reposar.
Nuevamente, un golpe de recuerdo le llegó a los ojos; el parque era el que
visitaba con la mujer que más amaba en la vida. La nostalgia le asomó por la mirada mientras trataba de recordar la banca que tantas tardes los vio contemplar
el horizonte.
Bajo el cobijo de una buganvilia
se abrazaban, fundiendo el aroma de sus perfumes. Ella, Melina, le encantaba
tomar las flores caídas y ponérselas sobre las orejas. Él, Gustavo, disfrutaba
de la imagen, mientras le dibuja corazones en el aire. En el parque se
conocieron, comenzaron a frecuentarse y se enamoraron.
El rostro de Gustavo se
descompuso al ver que el árbol que cobijaba su amor comenzaba a secarse. Fiel a
su costumbre pensó que era el reflejo perfecto de su vida: seca y carente de
esperanzas. Resignado caminó, mientras el viento arreciaba su embate.
Dejó caer su cuerpo sobre la
banca y sintió cómo, sobre los hombros, le caía el peso de sus 50 años. Suspiró
pensando que su futuro habría sido diferente si no hubiera emprendido aquel viaje fallido.
Una mezcla de celos le ascendió
por el pecho cuando frente a él paseaba una familia. Cuánto habría deseado ser
aquel hombre y que la mujer fuera Melina. La impotencia tomó forma de lágrimas
que le hicieron recordar que tenía tiempo sin llorar. Gustavo dejó que sus
sentimientos se vaciaran mientras el temblor del miedo, la ausencia e
incertidumbre, sacudían su cuerpo.
Cuánto extrañaba a la mujer que
le provocaba tanta dicha. Cuánto extrañaba experimentar mil y un sensaciones al
besar los labios de Melina.
El sol estaba por ocultar su cara
cuando el sonido de unos pasos, le atiborraron los oídos. Por breves instantes
pensó que Melina se presentaría ante él y le diría que llevaba tiempo
buscándolo, que, como Gustavo, lo extrañaba hasta morir y deseaba, como lo
hacía el hombre, revivir su historia. No se equivocó.
Gustavo levantó los ojos para
encontrarse con los de Melina. La mirada los reconoció con todas las
nostalgias, miedos y tiempo pasado. Como si fuera la primera vez que se veían,
las palabras se atropellaron, convirtiéndose en suspiros reveladores de pasiones
contenidas.
Como si fuera la primera vez le dijo que la amaba. Como si
fuera la primera vez, se levantó para abrazarla y mostrar el cariño contenido
que su alma guardaba. Como si fuera la primera vez, Melina le acarició el
rostro para reconocer al hombre que conoció
a los 19 años. Como si fuera la primera vez, juntaron sus labios.
Como si fuera la primera vez, caminaron hasta perderse en la luna.
Como si fuera la primera vez, caminaron hasta perderse en la luna.