viernes, 24 de enero de 2014

Como la primera vez

Hundió las manos en los bolsillos del pantalón y comenzó a caminar mientras el cielo se tornaba de colores naranjas. Por su cabeza transitaban cientos de pensamientos que se atropellaban uno al otro.

De pronto, recordó que caminaba sobre un sendero empedrado; intentó concentrarse para no tropezar mientras recordaba las palabras de la mujer que más había amado en la vida: -no sé a quién se le ocurrió ponerle piedras al camino, ¡son incómodas!- La secundó y trató de centrar su pensamiento en aquella cara de sonrisa mítica y facciones delicadas.

Se le antojó sentarse y contemplar la huida del sol. Con ojos atentos, buscó el lugar indicado para reposar. Nuevamente, un golpe de recuerdo le llegó a los ojos; el parque era el que visitaba con la mujer que más amaba en la vida. La nostalgia le asomó por la mirada mientras trataba de recordar la banca que tantas tardes los vio contemplar el horizonte.

Bajo el cobijo de una buganvilia se abrazaban, fundiendo el aroma de sus perfumes. Ella, Melina, le encantaba tomar las flores caídas y ponérselas sobre las orejas. Él, Gustavo, disfrutaba de la imagen, mientras le dibuja corazones en el aire. En el parque se conocieron, comenzaron a frecuentarse y se enamoraron.

El rostro de Gustavo se descompuso al ver que el árbol que cobijaba su amor comenzaba a secarse. Fiel a su costumbre pensó que era el reflejo perfecto de su vida: seca y carente de esperanzas. Resignado caminó, mientras el viento arreciaba su embate.

Dejó caer su cuerpo sobre la banca y sintió cómo, sobre los hombros, le caía el peso de sus 50 años. Suspiró pensando que su futuro habría sido diferente si no hubiera emprendido aquel viaje fallido.

Una mezcla de celos le ascendió por el pecho cuando frente a él paseaba una familia. Cuánto habría deseado ser aquel hombre y que la mujer fuera Melina. La impotencia tomó forma de lágrimas que le hicieron recordar que tenía tiempo sin llorar. Gustavo dejó que sus sentimientos se vaciaran mientras el temblor del miedo, la ausencia e incertidumbre, sacudían su cuerpo.

Cuánto extrañaba a la mujer que le provocaba tanta dicha. Cuánto extrañaba experimentar mil y un sensaciones al besar los labios de Melina.

El sol estaba por ocultar su cara cuando el sonido de unos pasos, le atiborraron los oídos. Por breves instantes pensó que Melina se presentaría ante él y le diría que llevaba tiempo buscándolo, que, como Gustavo, lo extrañaba hasta morir y deseaba, como lo hacía el hombre, revivir su historia. No se equivocó.

Gustavo levantó los ojos para encontrarse con los de Melina. La mirada los reconoció con todas las nostalgias, miedos y tiempo pasado. Como si fuera la primera vez que se veían, las palabras se atropellaron, convirtiéndose en suspiros reveladores de pasiones contenidas.

Como si fuera  la primera vez le dijo que la amaba. Como si fuera la primera vez, se levantó para abrazarla y mostrar el cariño contenido que su alma guardaba. Como si fuera la primera vez, Melina le acarició el rostro para reconocer al hombre que conoció  a los 19 años. Como si fuera la primera vez, juntaron sus labios.

Como si fuera la primera vez, caminaron hasta perderse en la luna.