La pesadumbre cayó sobre los hombros de Andrés. Lucía triste y distraído. Al pasar por la cocina miró a la pared y vio al calendario marcar un fecha fatífica: viernes 13. Comenzó a lamentar su suerte mientras se dirigía al sótano, quería calma y ese lugar se la daba.
Bajó. Buscó el apagador para encender la luz. Se dispuso a sentarse mientras la caja con las cartas de su padre se le revelaba, no la recordaba pero sintió alegría de mirarla.
Se levantó para dirigirse al tesoro que su padre le había heredado. Hundió la mano izquierda hasta el fondo de la caja, dejó que el azar determinara lo que hoy leería.
Desdobló la hoja y comenzó a leer:
Hijo, mi pequeño niño, te escribo
en un día particularmente difícil, sé que tú también pasarás por días así, por
eso te escribo para que sepas lo que tu padre sentía y puedas, de alguna manera
y si lo consideras, aprender de ello y no sumirte en el estado de desconcierto
por el que yo paso.
Hoy, hijo, pude constatar que
para los poderosos es fácil tronar los dedos y ordenar pasar por encima de
gente que está en su legítimo derecho a protestar, para aquellos es sencillo
ordenar y mandar a policías a desalojar una plaza que, en teoría, pertenece al
pueblo de México, no les cuesta, no les duele confrontar a iguales.
Éste ha sido un viernes triste,
el cielo llora y luce su manto gris. No es justo que tengan que pasar este tipo
de cosas, de atropellos; no te miento, hijo, si hoy te digo que he perdido la
esperanza en la gente, en mi persona, que hoy pienso que el país se nos ha ido
de las manos y va rumbo a un abismo. Me duele pensar así.
Ojalá y me equivoque y estemos a
tiempo de salvar esta tierra que tanto nos ha dado, ojalá y lo de hoy sea un
detonante que derive en acción, que nos haga responder, quitarnos el yugo y
empecemos a luchar, a vivir.
Estamos en vísperas de una de las
fechas que más me agradaban del año. La llegada de septiembre traía consigo
todo un mosaico de colores que acrecentaban mi sonrisa. Con las fiestas patrias venía el confeti, las
banderas, los sombreros y el colorido sabor de la comida, ni que decir que todo
esto era acompañado de la algarabía y alegría de la gente.
Sin embargo, este año veo las
cosas distintas. Todo parece gris. En lugar de tener ganas por gritar: ¡Viva
México!, quiero clamar injurias, maldecir a aquellos que se creen dueños del
país.
Me duele, hijo, mi México me
duele; digo mío porque así lo siento, porque desde niño aprendí a querer esta
tierra, a conocerla a través de su historia y sus tragedias, a sufrir con ella.
He luchado y peleado por ella pero hoy la miro desmoronarse y sangrar.
Lo peor es ver a la gente avalar
y aplaudir la violencia, anteponer esto elementos al diálogo, preferir el uso
de una tanqueta, escudo y tolete al uso de la palabra razonada. Es triste saber
que para ellos es mejor exigir que el Estado aplaste a que escuche a quienes están inconformes.
La situación es difícil, hijo. Aquellos
que disentimos somos borrados por el México de ficción que han implantado quienes
prefieren el aplauso a reconocer fallas o problemáticas. Hoy se oculta el dolor
y se cambia por imágenes “perfectas” de un país de ¿paz?
Hijo, te miro dormir en tu cuna y
siento coraje al pensar que tú podrías pasar por algo similar. Sé que esta
carta pinta fatídica, pero no te desilusiones. Hijo, te lo he dicho y hoy lo
repito: aunque la noche sea más oscura, no te venzas.
Hijo mío, lucha. El mundo necesita
de locos aventurados que sean capaces de levantar la cara, mirar a los ojos y
con dignidad continuar para mostrarle al “poderoso” que la voluntad y el deseo
de cambio con más fuertes que sus armas.
Enciende la luz de la esperanza, ve a tus adentros y llénate de la fuerza que vive
en tu corazón; mira a la gente, reconócela como tu igual. Alienta la llama de
la lucha con el viento del conocimiento y protégela con el escudo de tu
libertad.
Hijo: luchar es vivir.
Quien te quiere, papá.
@juaninstantaneo