viernes, 14 de febrero de 2014

En los ojos del otro (primera parte)

El primer día de clases había llegado para Carmen y Samuel. Eran unos infantes que estaban por enfrentarse al inicio de la primaria y a una larga cadena que habría de encontrarlos en muchos instantes. Aquella mañana de agosto, sus respectivas mamás los levantaron temprano, atrás quedaría la televisión con sus caricaturas y la cama calientita.

Con el sueño por guardaespaldas, los niños caminaron rumbo a la escuela. Carmen estaba plagada de emoción. Samuel temblaba ante la idea de dejar de ya no ver las caricaturas desde la mañana ni extender los juguetes que tanto le encantaban.

El reloj los apresuraba. Justo antes de entrar, sus mamás los abrazaron, les colocaron las mochilas en la espalda y les besaron la frente, mientras el deseo de buena suerte se extendía por sus voces. Sin querer y como una prueba de que el destino existe, pensarían después, se encontraron en la puerta de la escuela. La niña sonrió acostumbrada a hacerlo. El niño se apenó, inundándose la mejilla de cientos de colores.

El azar de los grupos y la cercanía de sus apellidos los colocaría en la misma banca. La convivencia y el tiempo los hizo convertirse en amigos. Justo cuando creían que no existía un punto de convergencia, la fecha de cumpleaños les dio una cachetada en la mejilla. Ambos compartían el día en que inició su vida: 14 de febrero.

Los cambios de grupo y las edades comenzaron a separarlos, mas por cuestiones externas que por el gusto de hacerlo. Cierto día, mientras la casualidad los encontraba en la mesa 25 del comedor escolar, quedaron que cada viernes se verían para platicar. Las burlas de los compañeros no se hicieron esperar y el canto de son novios se convirtió en una especie de colibrí que los asustaba y maravillaba.

Una de esos viernes, cuando ambos cursaban el sexto año, Samuel le contó a su amiga una de sus tantas tormentas: se iría de la ciudad. Su familia había sido amenazaba y tenían que huir. La niña, con poco qué decir, sólo atinó a guardar silencio y abrazar a su amigo.

Un día antes de su partida, se encontraron entre los llantos del fin de curso. Por primera vez, Samuel veía con ojos distintos a una Carmen que llevaba una flor blanca en la oreja. Le gustó y sintió el temblor tan revelador de ese estado. Alejados de sus padres y con el pretexto de despedirse de los amigos, ambos caminaron hacia la mesa 25 del comedor que tantos viernes los vio juntos.

Carmen lloró, mientras le decía que lo extrañaría. Samuel sólo calló ante el mar de emociones que burbujeaban en su interior. Como golpe oportuno, el niño recordó la pulsera que días antes había tejido para la niña; la sacó del bolsillo de su pantalón y se la mostró pidiéndole que se la pusiera y no lo olvidara. Gustosa lo hizo, diciéndole que lo recordaría.

Con la timidez a cuestas, ambos se levantaron para abrazarse y reconocerse en los ojos del otro. Una atracción nunca antes experimentada los hizo rozar sus labios, mientras sus corazones latían despavoridos. Era su primer beso y el inicio de una nueva historia.

@juaninstantaneo

martes, 4 de febrero de 2014

Homenaje

Una de esas tardes de febrero, se sentaron a mirar cómo la vida pasaba por los árboles. Ella se recargó en su pecho, mientras él hacía equilibrio para no caerse y mostrarse débil. Aún así, le gustaba sentirla cerca e imaginar las tardes futuras.

Aquella vez, decidió agachar la cabeza y perder su nariz en el olor de su cuello. Un mar de recuerdos le llenó las pupilas y sintió el temblor derivado del amor. El estremecimiento le tocó el corazón y quiso devorarla a besos. Poseedora de un sexto sentido inigualable, ella lo miró a los ojos, invitándolo a perderse en ellos.

Sin defensa, pues no la necesitaba, se aventuró a explorar aquellas pupilas de un café delicado. Mientras se dejaba llevar por la magia que la mujer le provocaba, el maremoto de recuerdos volvió a inundar sus costas.

Desde la parte más pequeña de su alma, sintió la urgencia de besarla y morir en los labios que ya adoraba. El rubor en sus mejillas reveló sus intenciones, mientras ella sonreía divertida por la escena.

Ella decidió acomodarse y mirarlo de frente. Por el cielo de sus pensamientos, el ruiseñor del recuerdo comenzó a surcarlo. Le impactaba la evolución de aquel niño que la cautivó por la infancia de sus ojos. Ahora veía a la persona con quien quería compartir la vida. Con los ojos brillosos por  la emoción, le susurró las palabras que en su vida juntos se había convertido en eternidad.

Él tomó las manos de la mujer para besárselas y el viento sellaba una unión construida desde los inicios de la vida. La tarde avanzaba, mientras el terreno se llenaba de niños y jóvenes parejas que buscaban el amor de las promesas eternas.

Alejados del bullicio, decidieron juntar sus manos y hablar del futuro familiar. Las  palabras de ambos generaron un niño y una niña que caminaban de las manos de sus padres. Emocionados, se trasladaron a la vejez que compartirían, mientras una lágrima rodaba por ambas mejillas.

La copa del árbol que los cobijaba se sacudió al rozar el amor de aquella joven pareja. La raíz le decía a la copa que nunca había visto tal complicidad y sintió celos de no poderla experimentar. Aturdidos por los sentimientos que en sus venas corrían, los enamorados se levantaron para abrazarse sin fin.

Como si fuera una burbuja, la complicidad los envolvió revelándoles la pasión que les carcomía las entrañas. Las manos reconocieron la otra espalda y comenzaron a andar el camino de tantas madrugadas exploradas. Con los ojos cerrados y los labios perdidos en el beso, perdieron la hora en que el sol comienza su viaje para dar paso a la luna.

Asustados, despertaron del idilio que envolvía sus cuerpos, mientras se tomaban las manos para encaminarse a su destino, Piscis los saludó en el horizonte. Como si no hubiera mayor presente que el ahora, decidieron detenerse y mirarse con pasión desbordaba. Sus manos se convirtieron en ráfagas de luces que desgarraron miedos y ropas. Con la mejor vestimenta del humano, se abrazaron para complementarse en un beso eterno, en dos cuerpos fundidos por el amor, por el sueño de felicidad, por una eternidad que Venus les regaló.