martes, 4 de febrero de 2014

Homenaje

Una de esas tardes de febrero, se sentaron a mirar cómo la vida pasaba por los árboles. Ella se recargó en su pecho, mientras él hacía equilibrio para no caerse y mostrarse débil. Aún así, le gustaba sentirla cerca e imaginar las tardes futuras.

Aquella vez, decidió agachar la cabeza y perder su nariz en el olor de su cuello. Un mar de recuerdos le llenó las pupilas y sintió el temblor derivado del amor. El estremecimiento le tocó el corazón y quiso devorarla a besos. Poseedora de un sexto sentido inigualable, ella lo miró a los ojos, invitándolo a perderse en ellos.

Sin defensa, pues no la necesitaba, se aventuró a explorar aquellas pupilas de un café delicado. Mientras se dejaba llevar por la magia que la mujer le provocaba, el maremoto de recuerdos volvió a inundar sus costas.

Desde la parte más pequeña de su alma, sintió la urgencia de besarla y morir en los labios que ya adoraba. El rubor en sus mejillas reveló sus intenciones, mientras ella sonreía divertida por la escena.

Ella decidió acomodarse y mirarlo de frente. Por el cielo de sus pensamientos, el ruiseñor del recuerdo comenzó a surcarlo. Le impactaba la evolución de aquel niño que la cautivó por la infancia de sus ojos. Ahora veía a la persona con quien quería compartir la vida. Con los ojos brillosos por  la emoción, le susurró las palabras que en su vida juntos se había convertido en eternidad.

Él tomó las manos de la mujer para besárselas y el viento sellaba una unión construida desde los inicios de la vida. La tarde avanzaba, mientras el terreno se llenaba de niños y jóvenes parejas que buscaban el amor de las promesas eternas.

Alejados del bullicio, decidieron juntar sus manos y hablar del futuro familiar. Las  palabras de ambos generaron un niño y una niña que caminaban de las manos de sus padres. Emocionados, se trasladaron a la vejez que compartirían, mientras una lágrima rodaba por ambas mejillas.

La copa del árbol que los cobijaba se sacudió al rozar el amor de aquella joven pareja. La raíz le decía a la copa que nunca había visto tal complicidad y sintió celos de no poderla experimentar. Aturdidos por los sentimientos que en sus venas corrían, los enamorados se levantaron para abrazarse sin fin.

Como si fuera una burbuja, la complicidad los envolvió revelándoles la pasión que les carcomía las entrañas. Las manos reconocieron la otra espalda y comenzaron a andar el camino de tantas madrugadas exploradas. Con los ojos cerrados y los labios perdidos en el beso, perdieron la hora en que el sol comienza su viaje para dar paso a la luna.

Asustados, despertaron del idilio que envolvía sus cuerpos, mientras se tomaban las manos para encaminarse a su destino, Piscis los saludó en el horizonte. Como si no hubiera mayor presente que el ahora, decidieron detenerse y mirarse con pasión desbordaba. Sus manos se convirtieron en ráfagas de luces que desgarraron miedos y ropas. Con la mejor vestimenta del humano, se abrazaron para complementarse en un beso eterno, en dos cuerpos fundidos por el amor, por el sueño de felicidad, por una eternidad que Venus les regaló.


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