A mi musa, MM
La noche era perfecta. El amor
los juntó mientras se despojaban de los miedos y las dudas. Sabía qué debía
hacer. La tomó de la mano para posarla frente a sí. Le rodeó el rostro con las
manos mientras dejaba que sus ojos emanaran ternura. Ella respondió con un
guiño y unas palabras que le aceleraron el corazón: ¡qué ojitos tan bonitos tienes!,
le dijo.
Tembló al escucharla y sólo atinó
a contestar entre suspiros: son tuyos, estos ojos son tuyos; tómalos que hoy te
los entrego, te entrego su reflejo para que te mires en él; te obsequió el
calor que desprenden para que cuando la tristeza te amenace, puedas cobijarte
con ellos; te entrego, también, mi corazón que palpita por ti…, siéntelo,
míralo deshacerse ante tu divina presencia.
Le tomó la mano y se la posó en
el corazón. La piel de ella se le crispó ante la sensación de escuchar y sentir
a un corazón latiendo con intensidad.
Y ¿sabes? –prosiguió- Haz alejado
la tristeza de mis ojos, los haz poblado de amor, de tu enigmática presencia,
de tu diáfana belleza.
Guardo un breve silencio. La respiración
acelerada de ambos se convirtió en la música de una noche de luna llena. Sin soltarle
las manos, apoyó la rodilla izquierda en el piso y dijo:
Y hoy me declaro: tu eterno
enamorado. –sobre la ropa le besó el ombligo. Sintió el estremecimiento que
había provocado en el otro cuerpo.
Silencio, otra vez. Buscó levantarlo,
él entendió y se puso de pie mientras ambos depositaban el mirar en aquellos
ojos que tanto amaban.
Tus ojitos siempre son tristes –le
dijo- y sinceros, sé que en ellos no cabe duda ni miedo. Y yo, te confieso,
cada que los miro encuentro ese amor que tantas veces me has declarado.
Se abrazaron con la intensidad
que brindan los sueños del mañana. Se besaron con la necesidad de no alejarse y
perpetuarse en la noche y lo días por venir. Se amaron en la búsqueda de vivirse y descubrirse en el
otro mientras ella susurraba:
Mi amor de ojitos tristes.