lunes, 27 de agosto de 2012

Nada como...

Aprende a mirar sin llorar, entiende que su ausencia es temporal, que pronto llegará el momento de volverla a encontrar y podrás decir todo lo que tu corazón siente.

Detente, mírala en la distancia; no estás solo, su esencia te acompaña en cada poro de tu piel, en cada respiración, en cada latido del corazón.

Y si la tristeza amenaza tu presencia: cierra los ojos, trae a la memoria el abrazo más tierno, el beso más significativo y sonríe que no hay nada como amar y ser amado. No hay nada como poder decirle: Te amo.

sábado, 11 de agosto de 2012

Se marchó...

A Mariana
Por todos los momentos compartidos y por compartir...


El ayer se volvió hoy. Carlos no podía evitarlo. En su piel, en sus recuerdos, en el aire, en su vida, Lili estaba presente. Hacia ya seis años desde su partida y aún le dolía.

Los recuerdos a su lado, el sabor de las calles, el olor de las hojas al ser mecidas por el viento, la sensación de la piel erizada cuando la lluvia está por llegar. Carlos no podía evitarlo.

Lili se fue, repetía para sí. Lili no volverá, ella no volverá. Sus lágrimas acompañaban a la voz vuelta un doloroso suspiro. Miró sus manos y vio el listón morado que le hacia de amuleto y pulsera. Antes de abordar el avión, ella lo vio con los ojos repletos de gratitud. Él tenía la cabeza baja, mordía los labios para evitar que las lágrimas aparecieran por su rostro.

A su alrededor las despedidas eran la constante en el ambiente. En las maletas, la gente guardaba sueños, esperanzas e ilusiones; otros apretaban el puño ante el embate de la inminente distancia; los pocos partían sin mirar atrás, como si al pasar esa puerta la vida tomara otro camino.

Faltaba un par de horas para que su avión despegara, tiempo preciso para que los trámites y revisiones sucedieran sin contratiempos. El momento había llegado. Lili se abalanzó al cuello de Carlos guiada por el arrebato del adiós. Él la rodeó por la cintura, sujetándola para sí, como si quisiera integrarla a sí, como si buscara tatuar en su piel la de ella, como si la grabara para las noches de intensa melancolía.     

Se rompió. Los esquemas de Carlos cayeron uno a uno. Las lágrimas aparecieron por sus ojos mientras el reloj avanzaba hacia la dolorosa hora. Lili no sabía si las ansias de besarlo se debían al real sentimiento de hacerlo o era el broche perfecto para el final de una historia que nunca terminó de empezar.

Ella lo soltó e introdujo su mano en la bolsa de la chamarra. Extrajo el listón y se lo mostró a Carlos; le pidió el brazo; él, confundido, lo extendió.

-No me olvides, nunca me olvides-, dijo Lili, mientras Carlos asentía con los ojos hechos un mar.

-Es hora-, sentenció la mujer al mirar el reloj.
 -¡Hasta pronto!-, Lili giró hasta darle la espalda a Carlos.
-¡Nunca te olvidaré, porque estoy enamorado de ti, estás dentro de mí!-, la voz de Carlos retumbó por la sala y su corazón despertó y sus ojos se tornaron diáfanos y su alma descansó.

Lili quedó perpleja ante una revelación que intuía, pero para la cual no estaba preparada. Siguió su andar hacia la puerta que la conduciría a otro destino. No volteó. No dijo más. Se marchó.

Fin

El inminente adiós


Agosto se le reveló con la tristeza del inminente adiós. Los días se iban como agua y el nueve se acercaba. Por las tardes iba a casa de Lili, las pláticas y recuerdos convertían esos momentos en horas de la noche. Nunca se había sentido mejor, nunca podría sentirse mejor…

(Continuará...)

Nueve de agosto

A Bety
Por estar en cada uno de mis sueños...

El sonido de las ramas mecidas por el viento lo sacó de sus recuerdos. Carlos extendió el brazo hasta tocar la funda de la guitarra, quería sacarla y cantar, deseaba que la música creada y su voz llegaran hasta los oídos de Lili. Y es que ella habitaba en cada parte de su mente, del corazón. El aire, el sol, las flores, las nubes, se la recordaban. Su piel se erizaba cuando por su mente transcurría las imágenes de tantas tardes compartidas. Comenzó a cantar.

El reloj le recordó que la hora de volver a casa había llegado. Un perro pasó por su lado y sintió el roce sobre su pierna. Se detuvo al sentir que algo vibraba en su pantalón. Con rapidez extrajo el celular, era un mensaje.

-¿Nos vemos a las 6?-, estaba escrito en la pantalla del teléfono. Era Lili. La duda entró por cada poro de la piel de Carlos.
-Sí- contestó él.

Salió de casa tras haberse bañado. Cargó los audífonos y la cartera que compró en su primera visita a la universidad. Llegó al lugar de la cita. Un viejo café en las cercanías del centro de la ciudad. Carlos sintió en su nariz cómo el olor de la bebida poblaba el lugar. Al fondo, Lili lo esperaba. Su cabello estaba suelto y le tocaba los hombros. Él caminó a paso decidido hasta que el respaldo de una silla se le cruzó propinándole un golpe en la cadera. Atinó a reírse para mitigar el dolor y no parecer tan distraído.

El café aliviaba el nudo de su garganta, fingir era lo único que le quedaba. La tristeza comenzó a apoderarse de su cuerpo, mientras su cara mostraba alegría y admiración ante las palabras que Lili formulaba. Ella se iba, el viaje de su vida la esperaba y Carlos tenía el privilegio, aunque no lo sentía así, de ser el primero en enterarse.

No encendió la luz, caminó hasta su cuarto tendiéndose en la cama. Sus zapatos resbalaron de los pies mientras presionaba una tecla del celular para mirar el calendario y marcar, con un lápiz que encontró sobre la cama, el día. El nueve de agosto el alma le dolería.

(continuará...)

miércoles, 8 de agosto de 2012

Pausa

El llanto corre fácil por sus ojos. Siempre le pasa. Miriam, le han dicho, peca de sensibilidad. El caos del oriente de la ciudad la tenía abrumada, la jornada escolar había sido cansada y aún no tomaba el ritmo que la vida de un estudiante requiere. Por su mente los recuerdos revoloteaban como los mosquitos sobre el pasto. Afuera, el tráfico era uno de esos monstruos del cual es conveniente huir si se puede; ella, aunque quisiera, no podía.

Sus sentidos eran invadidos por la música que tenía la virtud de tranquilizarla. El camión frenó y ella sintió cómo su cuerpo se precipitaba al frente, alcanzó a meter las manos para evitar golpearse la boca con el asiento que tenía ante sí. Se asustó y su boca formuló una grosería convertida en suspiro.

Decidió calmarse mirando por la ventana al montón de gente que intentaba abordar el transporte. Sólo sintió una mezcla de coraje al saber que la situación no mejoraría por varios días. De pronto, no recordaba haberlo hecho, la voz de la locutora la cautivó. Por el auricular escuchaba un pensamiento que, curiosamente, reflejaba la marea de sentimientos en los cuales estaba envuelta.

Cerró los ojos dejándose guiar por la voz, mientras uno a uno los recuerdos de días no muy lejanos la invadían... La tarde era soleada. Los árboles ofrecían el cobijo más socorrido para un verano atípico mexicano. Miriam estaba recostada junto a Ernesto. 

Mientras las manos se fundían en una sola, la plática se convertía en el remanso del intenso calor. A su alrededor, las aves viajaban al sur. Un cierto impulso, de esos que asciende por el estómago y erizan la piel, los tomó por sorpresa. Voltearon sus cuerpos hasta encontrarse frente a frente. Los ojos comenzaron a anclarse en una mirada que trasciende y toca el alma. La distancia se redujo tanto que el filo de ambas narices se tocaron. La pasión tomó forma de un beso y la tarde de una historia por escribirse.

El camión volvió a frenar intensamente. Miriam se desesperó mientras volteaba, irritada, a la venta. El enojo se disipo en forma de suspiro cuando, en una pausa, descubrió el rostro de Ernesto esperando la llegada del transporte...