A Mariana
Por todos los momentos compartidos y por compartir...
El ayer se volvió hoy. Carlos no podía evitarlo. En su piel, en sus recuerdos, en el aire, en su vida, Lili estaba presente. Hacia ya seis años desde su partida y aún le dolía.
Los recuerdos a su lado, el sabor de las calles, el olor de
las hojas al ser mecidas por el viento, la sensación de la piel erizada cuando
la lluvia está por llegar. Carlos no podía evitarlo.
Lili se fue, repetía para sí. Lili no volverá, ella no
volverá. Sus lágrimas acompañaban a la voz vuelta un doloroso suspiro. Miró sus
manos y vio el listón morado que le hacia de amuleto y pulsera. Antes de
abordar el avión, ella lo vio con los ojos repletos de gratitud. Él tenía la
cabeza baja, mordía los labios para evitar que las lágrimas aparecieran por su
rostro.
A su alrededor las despedidas eran la constante en el
ambiente. En las maletas, la gente guardaba sueños, esperanzas e ilusiones;
otros apretaban el puño ante el embate de la inminente distancia; los pocos
partían sin mirar atrás, como si al pasar esa puerta la vida tomara otro
camino.
Faltaba un par de horas para que su avión despegara, tiempo
preciso para que los trámites y revisiones sucedieran sin contratiempos. El
momento había llegado. Lili se abalanzó al cuello de Carlos guiada por el
arrebato del adiós. Él la rodeó por la cintura, sujetándola para sí, como si
quisiera integrarla a sí, como si buscara tatuar en su piel la de ella, como si
la grabara para las noches de intensa melancolía.
Se rompió. Los esquemas de Carlos cayeron uno a uno. Las lágrimas
aparecieron por sus ojos mientras el reloj avanzaba hacia la dolorosa hora. Lili
no sabía si las ansias de besarlo se debían al real sentimiento de hacerlo o
era el broche perfecto para el final de una historia que nunca terminó de
empezar.
Ella lo soltó e introdujo su mano en la bolsa de la
chamarra. Extrajo el listón y se lo mostró a Carlos; le pidió el brazo; él,
confundido, lo extendió.
-No me olvides, nunca me olvides-, dijo Lili, mientras
Carlos asentía con los ojos hechos un mar.
-Es hora-, sentenció la mujer al mirar el reloj.
-¡Hasta pronto!-,
Lili giró hasta darle la espalda a Carlos.
-¡Nunca te olvidaré, porque estoy enamorado de ti, estás
dentro de mí!-, la voz de Carlos retumbó por la sala y su corazón despertó y
sus ojos se tornaron diáfanos y su alma descansó.
Lili quedó perpleja ante una revelación que intuía, pero
para la cual no estaba preparada. Siguió su andar hacia la puerta que la
conduciría a otro destino. No volteó. No dijo más. Se marchó.
Fin
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