lunes, 24 de junio de 2013

El beso del sí



Todo empezó una madrugada de febrero. Ella dormía a su lado, la noche los había encontrado amándose con la pasión que poseen los enamorados y los más pulcros amantes. Se desgastaron los labios en besos que tocan el alma; sus cuerpos se volvieron uno mientras sentían que el tiempo se detenía en un eterno suspiro... La abrazó mientras miraba el techo  de su cuarto, en sus brazos Ana cerró los ojos para perderse en el sueño. Fermín quería hacerlo pero una idea surcó su mente con la claridad que sólo poseen los planes bien pensados: le pediría casarse.

Nunca, según recuerda en su historial de anteriores pasiones, había sentido tanta certeza al tomar una decisión; nunca había querido, amado, a una mujer como lo hacía con Ana.

Temía una cosa: la reacción que la mujer de mejillas sonrojadas podría tener. Sabía que ella lo amaba, pero no si su amor, como la llamó después del quinto mes de noviazgo, estaría dispuesto a dar ese paso.

Aquella madrugada no paraba de pensar en la posible respuesta que Ana podría formular, temía. Intentó persuadir sus miedos mirándola dormir, se dejó envolver por las sensaciones que recorrieron su cuerpo cuando miró el cuello, los hombros y la piel desnuda de una Ana que exhalaba un delicado aroma a vainilla.

Por la mañana se levantó procurando no despertarla. No había dormido bien porque la duda lo asaltaba: pedir o no matrimonio. Dispuesto a disipar su duda, buscó el anillo que Ana portaba, recuerda, la mañana en que se conocieron. Lo encontró en una cajita de aretes que descansaba en el tocador. Se calzó las botas y cogió una chamarra para salir aquella atípica mañana fría de febrero.

Tomó el camión que lo dejaría justo en la entrada del metro. El centro de la ciudad sería su destino. Llegó con el nerviosismo de alguien que sabe guardar ciertos márgenes de incertidumbre para tener calma.

Era la tercera tienda que visitaba y no sentía haber encontrado el anillo indicado. Pasó los ojos por los exhibidores del quinto local que visitaba. Lo vio: plateado y con la elegancia digna de su amada representada en un discreto diamante. Su mente, bastante imaginativa, lo llevó a pensar en cómo luciría la delicada y afilada mano de Ana. 

Se acercó con sigilo para observarlo de mejor manera. La vendedora lo sacó del idilio al preguntarle si necesitaba ayuda. Tartamudeó.

Recuperó el alivió cuando vio el reloj que adornaba su brazo. La vendedora, de ojos color almendra, lo guió con la maestría de quien conoce su labor y está dispuesta a enseñar. Al paso de los minutos, la tensión encontró alivio y Fermín el anillo.

Eran las 11 de la mañana cuando Fermín regresó a casa. Se deslizó por la puerta del cuarto, Ana seguía dormida. La conocía  y eso le permitió armar una pequeña sorpresa.

La mujer abrió poco a poco los ojos, esos ojos que atraparon a Fermín mientras intercambiaban silencios una tarde de abril; Ana se sorprendió al ver el girasol que tenía enfrente y la nota pegada en el tallo. Se dejó guiar por las indicaciones mientras extendía la mano que fue tomada por él, a la par recitaba el poema que los definía. 

Las lágrimas comenzaron a correr por las mejillas de Ana, estaba conmovida. Fermín formulaba un poema mientras su voz comenzaba a entrecortarse...

"...Es como fuego,
la sensación que eriza la piel,
el calor que alivia el frío, 
la calma ante el miedo

Es el futuro, 
el destino uniéndonos en un beso,
un abrazo que quiero, que pido, sea eterno, 
como el amor de los dos,
como la ilusión de ser de ti y que seas de mí...

en una pregunta, en una respuesta, 
en una propuesta que susurro ante ti..."

Fermín guardó silencio. Con la mano libre sacó el anillo y comenzó a deslizarlo por el dedo anular izquierdo de Ana. Ella no pudo evitar abrir los ojos mientras se abalanzaba a los brazos del hombre que le pedía unir sus vidas por la eternidad.

El sí de beso tomó forma.


@juaninstantaneo