miércoles, 11 de julio de 2012

Sólo en sueños

Decidido, despertó. El sol acompañaba el repentino ánimo que lo dominaba. Sentía que era el día esperado. El día en que vencería sus miedos y dejaría que su corazón hablara.

Ricardo se miró en el espejo. Un pensamiento en forma de ráfaga cruzó su mente, Fernanda había llegado a su vida hace seis meses… Era enero. El año recién comenzaba. La tarde le pintaba buena tras haber disfrutado de un buen café en un local del centro de la ciudad. Salió del lugar para sentir el aire frío de la época y ahí la vio.

Fernanda caminaba con los brazos cruzados sobre el pecho. Ricardo quedó absorto al mirarla mientras su mente agradecía que Nicolás acompañara a la mujer.

Cruzó la calle esperando a que Nicolás lo viera, le hablara y presentara a la mujer que le acompañaba. Así fue…

A Ricardo el tiempo se le escurrió entre las manos. Perdido en la inmensidad de la mirada de Fernanda, comprendió que el amor es capaz de derrumbar cualquier barrera. El miedo, la soledad, tristeza y pena quedaban atrás cuando él paseaba a su lado.

Sólo una cosa lo detenía. Era incapaz de formular las palabras que expresaran el caudal de sentimientos que inundaban a su corazón cuando Fernanda sonreía, lo miraba o acompañaba por las calles de la ciudad.

Aquella mañana pintaba diferente. Ricardo se sentía capaz, como el niño que vence sus miedos en un momento inesperado.

Desayunó con la música por compañía. La voz de Rubén Albarrán lo incitaba a cantar. ¡Cómo te extraño, me falta todo en la vida si no estás…!, tarareó mientras el café desprendía volutas de humo. El celular vibró. La pantalla se coloreó mostrando la imagen de un sobre de carta. Fernanda, leyó. El corazón comenzó a latirle con una fuerza singular.
La cita era en Bellas Artes. Caminarían por las afueras del palacio, después, pensó, tomarían camino al Zócalo y con un poco de suerte, y cansancio, pararían en un bar o un café para disfrutar de la singular belleza de la ciudad. Ahí lo haría, cobijado por la luna de julio.

El reloj devoró a la mañana. Puso loción sobre su cuello imaginando la sonrisa que Fernanda pondría cuando descubriera que era la que ella le había obsequiado. Hoy es el día, dijo para sí.

Salió de casa con la sombra como su guardaespaldas. El bamboleo y tedio del metro disminuyeron al pensar en lo que le diría a Fernanda. Sólo deja hablar a tu corazón, le dijo Jimena, su amiga, un día antes.

Miró su reloj. Eran las cuatro de la tarde y faltaba media hora para su cita. Decidió sentarse y esperar. Sus pupilas brillaban. Sus ojos asemejaban a la miel. El cabello rozaba sus hombros. Fernanda era el sueño que tantas noches Ricardo había recreado.

El encuentro asemejaba uno de sus sueños. Fernanda no paraba de reír. Ricardo no podía dejar de mirarla. El sol cayó. El cielo comenzó a tornarse negro con un enorme punto sobre él.

La plancha del Zócalo los recibía y Ricardo sentía el mariposeo habitual de los enamorados. Es tarde, dijo Fernanda mirando su reloj. Sí, lo es, deberías irnos, sentenció Ricardo apretando los puños para tomar valor.

Dejó que avanzará. ¡Fernanda!, gritó, tengo que decirte algo. Dime, inquirió la mujer.

Hace tiempo que no me sentía tan feliz de compartir las mañanas, tardes y noches con alguien, lanzó. Hace tiempo que nadie me hacia sonreír como tú lo has hecho. ¿Sabes? Eres muy importante para mí…

No pudo continuar. No supo continuar. Las palabras se agolparon en su garganta mientras su cabeza era bombardeada por el miedo al rechazo y al dolor. No quiso continuar…

El cuarto estaba sumido en la oscuridad. Ricardo se había refugiado en las cobijas, en la soledad y vacío de la habitación. Cerró los ojos para soñar con la inmensidad de Fernanda, cerró los ojos queriendo olvidar…

Fernanda lo abrazó. Ricardo quedó mudo de la impresión y sólo atinó a recargar su cabeza sobre el hombro de la dama. Sintió paz, respiro tranquilidad en forma de aroma de jazmín. Se separaron mirándose a los ojos, dejando que las palabras se ausentaran y los sentimientos fueran los que hablaran…

Sólo en sueños pasó…

Juan

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