sábado, 28 de julio de 2012

En el espejo


A Mariana
Cada latido es acompañado de tu nombre


Despertó con el sabor amargo del sueño inconcluso. Lanzó un lamento al aire que se confundió con el crujido de la cama. Intentó cerrar los ojos para continuar con el sueño, no pudo. Frustrado se talló los ojos mientras estiraba las piernas y sentía cómo cada parte de su cuerpo despertaba.

La mañana era fría. Por las rendijas de la ventana se colaban pequeñas caricias del viento. El sol estaba ausente; las nubes grises reinaban. El reloj marcaba las diez de la mañana de un 17 de junio. Carlos había soñado con Lili, la mujer que le hizo extraviar la mirada en sus pupilas.  

Se incorporó para mirar su habitación. Notó lo desgastado de los pósteres y las telarañas que se habían formado en las esquinas de su cuarto. Bajó la vista y sus ojos se posaron en la fila de libros que posaban sobre la repisa. Le impactó ver que se había vuelto un seguidor ferviente de Benedetti. Su cabeza lo llevó a recordar las palabras que su madre le había soltado una mañana mientras desayunaban: -¡Cómo cambian los hombres por una mujer! Lo había comprobado.

Siguió con la inspección del cuarto mas por ocio que por interés. Seguía molesto por haber despertado sin que el sueño concluyera. Estaba tan cerca que lamentaba haber abierto los ojos cuando sólo unos centímetros lo separaban de rozar los labios de Lili. –Soy un desastre -murmuró cuando vio las prendas que lucían amontonadas sobre una silla.

Dio unos pasos para situarse frente al espejo del buró que sus padres le habían obsequiado. Se contempló. Pasó sus manos sobre las mejillas y sintió el roce de la barba no cortada en tres días. Con la yema del dedo índice dibujó sus ojeras mientras observaba la ovalada fotografía que Lili le había obsequiado.

Aquella tarde, tras salir de la escuela, Carlos acompañaba a Lili a recoger las fotografías que le habían pedido para su trabajo. Caminaron bajo el paraguas que, en aquellos días de marzo, debía cubrirlos de un sol candente. La lluvia, atípica, los tomó por sorpresa mas por el frío desatado que por las gotas que incesantemente caían. Las calles se volvían estrechas. El local era pequeño. Al ingresar una campanilla delataba la presencia de los recién llegados. En el fondo, varios cuadros llevaban tatuadas las sonrisas de quinceañeras, bebés, esposos o niños.

Tras un par de minutos, Jorge, el fotógrafo, salió a atenderlos.

–Vengo a recoger unas fotos-, dijo Lili.
-Claro, ¿cuál es su nombre, señorita?, cuestionó Jorge mientras una sonrisa se le dibujaba en el rostro.
-Liliana Corona; son unas fotos infantiles a color-, puntualizó la mujer.
-¡Oh, sí, ya la recuerdo!-, concluyó el hombre mientras posaba los cansados ojos en Carlos.

El fotógrafo giró para quedar frente a la puerta que resguardaba el estudio. Carlos estaba absorto, tenía los ojos estacionados en el perfil de Lili. Con la mirada acarició la mejilla de la mujer y resguardó en su memoria la forma lateral de la nariz. Agudizó el olfato y comenzó a dejarse invadir por el aroma a jazmín que desprendía el cuello de Lili.

Lili tenía los ojos perdidos en el cuadro de una pareja de recién casados. Por momentos sustituyó el rostro de la dama por el suyo, suspiró. El fotógrafo reingresó a la pequeña oficina sacando del idilio a Lili.

Carlos sintió un zarpazo en el corazón y las mejillas se le encendieron cuando el fotógrafo destacó lo guapa que era su “novia”. El muchacho no supo ocultar la pena causada por el comentario del señor. Lili sólo atinó a sonreír y agradecer el cumplido.

Carlos no podía hablar. Siempre le pasaba lo mismo: la pena lo tomaba y no lo soltaba.

El cielo seguía gris. La lluvia había dejado su marca en el asfalto. Lili introdujo sus dedos en la bolsita que contenía las fotografías, tomó una de ellas y giro hasta encerrar a Carlos, quien rió apenado.

-Es tuya. Te la regalo. Digo, para que me recuerdes y no me olvides.- dijo la mujer mientras sonreía.

Carlos estiró la mano, en su palma yacía la fotografía con el rostro de Lili, esa foto que había colocado en el costado de su espejo para que al despertar fuera lo primero que observara…

(Continuará...)

No hay comentarios:

Publicar un comentario