viernes, 23 de mayo de 2014

La caja de la esperanza

Estoy a punto de hacerlo. Temo fracasar en la misión y regresar a casa con las ilusiones destrozadas y los ojos repletos de lágrimas.  No te mentiré, siento vértigo y el corazón me late como si quisiera salir de mi pecho y despegar.

Ya he repasado lo que te diré y sigo dudando si serán las palabras adecuadas. A lo mejor en el momento indicado se me olvida y dejo que mis sentimientos hablen, aunque no sé si con ello baste.

¿Y si no estás en casa? ¿Y si me acerco a las rejas que cubren tu jardín y un enorme perro se abalanza contra mí? ¿Y si toco y una carretada de insultos me llueven a mí y de paso a mi madre? ¿Y si, simplemente, me ves por la ventana y te ocultas de mí?

No sé qué pensar. Estoy inmóvil y sentado en el parque que está a unos metros de tu casa. Desde esta banca puedo ver la ventana de tu cuarto y noto que las cortinas están corridas. ¿Estarás en casa? Pienso que no es así, que has salido a buscarme a la banca que tantas veces nos recibió para conversar, que si no me encuentras tomarás tu teléfono y me marcarás, que tienes ganas de citarme en un lugar cualquiera y decirme, por primera vez, que me quieres.

Pero sé que me equivoco. Aunque quiero pensar que erro en mis equivocaciones.

Uno siempre tiene esperanzas y, no sé porqué, creo que tú me quieres, aunque no me lo digas. Porque, ¿tendría sentido que la otra vez me dijeras que conmigo te sentías bien, que me veías como una de las pocas personas que te querían de verdad y se esforzaban por hacerte feliz?

El silencio es la respuesta que recibo, mientras sostengo la cajita de mi esperanza

El reloj ya dio las tres de la tarde y sigo sentado esperando hallar el rayo de valentía que me permita cruzar la calle, tocar tu puerta y declararte el cúmulo de sentimientos que aloja mi corazón. Suena simple pero los pies no me responden aunque les he dicho y hasta suplicado que debo de hacerlo. Tal vez saben que el resultado no será bueno y tratan de evitar que cometa un error garrafal.

Pero, ¿me puedo permitir dejar que mi cariño por ti se acumule hasta el punto de explotar? ¿y si ésta es mi única oportunidad para que tú me mires con otros ojos? No quisiera ver que el día de mañana tú caminas de la mano de otra persona y yo me tenga que morder los labios, apretar el puño y cerrar los ojos para evitar que las lágrimas se salgan al saber que yo pude declararte mi ¿amor?, y no lo hice, no quiero y más: no puedo.

Recuerdo que cuando le conté a Alfredo mi desventura no me bajó de loco e iluso. Me cuestionaba el intento que sigo sin concluir. Más aún, no entendía cómo, a pesar de tus negativas, seguía tan empecinado con tu persona.

Pero es que él no se ha dejado sorprender por tu belleza, por esa forma casi mágica que tienes de sonreír ni mucho menos por la atracción que son tus ojos marrón. ¿Qué no daría yo por ver que tus pupilas se dilatan ante mi presencia y poder reflejarme en ese par de cristales tan adorados?

¿Cómo le explico que ya sueño con tu voz por las noches y deseo tanto la llegada de la mañana para besar tu mejilla y escuchar tu sincera risa? ¿Será que él nunca se había enamorado como lo he hecho contigo? ¿Acaso él no estaría dispuesto a hacer una locura por el amor de una mujer?

Yo sí. Y siento que los ánimos comienzan a poblarme el cuerpo tras recordar la valía de querer declarar mi cariño por ti. Y sé que tú me harás caso, que sucumbirás ante el amor que te profeso y podremos soñar con ser felices.

He metido la medalla en la cajita. Ahora sí, estoy decidido.

Me acerco a la reja de tu casa. Miro el rosal que reina en tu jardín e intento aspirar su aroma, siempre me has recordado a esa flor. Frente al timbre me acomodo el cuello de la camisa y reviso discretamente que la camisa mantenga la rectitud deseada. Introduzco la cajita en la bolsa del pantalón y trato de que no se maltrate.

La cajita es rosa porque sé que es tu color preferido. Escogí ponerle un moño blanco porque la señora que me atendió en la joyería me dijo que era el más favorecer. Creo notó mi nerviosismo porque extendió su mano hacia mi hombro como lo hace una madre cuando su hijo va a su primera entrevista de trabajo.

Recuerdo que cuando salí de la joyería me deseó suerte y dijo que seguramente te encantaría. Entre la pena y la esperanza alcancé a murmurar un gracias y dejé escapar una sonrisa nerviosa. Ojalá y tenga voz de profeta.

Toco el timbre. El perro ladra y me hago para atrás. Nunca te lo he dicho pero le temo a los caninos porque de pequeño uno me mordió el tobillo derecho, aquella tarde de mayo lloré mucho cuando el doctor tuvo que inyectarme contra la rabia. Desde ahí prefiero huirles antes de tocarlos o incitarlos a que me ataquen primero. Pero cuando me dijiste que tú amabas a pico, hice la firme promesa de superar mi trauma y querer a tu mascota.

Ahora que lo pienso, los perros son el mejor timbre que puede existir. La gente se da cuenta de que alguien toca a casa cuando ellos ladran. Creo que hoy también ha funcionado.

Escucho cómo se abre una puerta y cómo el piso amortigua el golpe de unos zapatos. Me tiembla la mano pero trato de controlarlo, total, ¡ya estoy aquí!, echarse para atrás no es opción.

Me ha abierto tu mamá. Es igualita a ti pero con unos cuantos años de más. Ambas son lindas. Tu padre es un afortunado. Ojalá y yo pudiera decir lo mismo el día en que me hagas caso. Me ha dicho que estás en casa pero te encuentras en tu cuarto. Me emociona saber que la misión no ha fracasado. Y aunque no pensaba entrar a tu hogar, ahora me encuentro sentado frente al televisor en espera de tu bajada.

El vaso de agua ha atenuado mi sed. Me vuelvo a acomodar el cuello de la camisa cuando tu madre dice que bajas en unos momentos. Me sonríe, le sonrío.

Ya vienes y noto sorpresa en tu rostro, no me esperabas. Te sientas frente a mí y te conviertes en el centro de mi universo, nada importa, sólo tú, tus ojos, tu voz y tu cuerpo. Platicamos de banalidades y te confieso, con el color rojo en la cara, que te extrañaba y por eso me había aventurado a ir a tu casa.

Mi revelación te ha dejado sorprendida y me cuestionas cómo di con tu casa. Mi respuesta te satisface al recordar que alguna vez me habías dado tu dirección. El resto fue trabajo del buscador de internet.

Me pides que salgamos a caminar y siento un cosquilleo en el estómago al saber que el momento indicado ha llegado. Salimos de la casa y al momento de pasar por el patio miro que tu perro es diminuto y de apariencia inocente, me consuela saberlo, la cosas serán más fáciles para mí.

El destino nos ha llevado hasta la banca que hace dos horas yo calentaba. Te miro tratando de transmitirte todo el amor que siento por ti y tú rehúyes de mi mirada. No es buena señal y siento un poco de desánimo en el corazón.

La tarde pasa y sé que ha llegado el momento de confesarme ante ti. Aunque supongo tú ya sabes de mi sentir porque soy demasiado obvio y alguna vez me dijeron que el corazón identifica cuando es motivo de adoración por parte de otro.

Te tomo las manos como preámbulo de mi declaración. Por fortuna no has rehuido al contacto de nuestras manos. Me siento tranquilo y confiado, sé que nada malo pasará.

Comienzo. Me escuchas. Hago una pausa para tomar aire y medir tu reacción. Continúo y sigues dejándome que tome tus manos, en este momento no sé si lo haces por lástima, porque te he conmovido o no sabes cómo decirme que no.

Termino y siento que nos hemos acercado demasiado. Puedo sentir en mi nariz el olor de tu perfume y ver hasta el más pequeño de los poros de tu cara. El vértigo me invade y se convierte en un impulso desesperado por besarte. Creo que tú también lo sientes pues nos miramos confundidos y un poco aterrados ante lo complejo de la situación.

Te beso. Comienzo a volar y siento que todo ha valido la pena. Tus labios juguetean con los míos y tu saliva se convierte en el sabor más dulce que he probado. Me siento pleno.

La magia termina cuando me pides perdón por haberme besado. El mundo comienza a caerse mientras saco desesperado la cajita de la bolsa del pantalón. Es mi última oportunidad y no estoy dispuesto a dejarla pasar.

Me miras entre aterrada y nerviosa. No sabes qué hacer y yo menos. Te extiendo la cajita y te digo que es una forma de expresar el amor que siento por ti, que nunca había experimentado esto por alguien y que sentía que eras tú la mujer de mis sueños. Me desboco en palabras bonitas y alabanzas a ti. Derramo la miel originada por ti y miro con incertidumbre la confusión de tu rostro.

Levantas la tapa de la caja. Sacas la medalla y tomas el corazón en tus manos. Descubres que se puede abrir y notas las palabras escritas en el interior de aquella pieza de plata. Dejo que lo leas y descubras que es el poema que más te gusta de tu poeta favorito.

Vuelves a mirarme y no sabes qué decir. Te suplico una respuesta e introduces la medalla en la cajita. Acomodas la tapa y el moño y pareciera que no se ha abierto. Extiendes tu mano y depositas mi regalo en mis manos. Te levantas, dices lo siento y te marchas sin decir nada más.

Mientras me levanto con la noche por capa, agacho la cabeza, la mira, las esperanzas y las ilusiones.

La  caja de mis ilusiones rueda en el asfalto mientras mi corazón lo hace en la melancolía.  


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