Era la tercera noche de insomnio
que Samuel pasaba. La oscuridad de su cuarto contrastaba con lo multicolor de
sus pensamientos y sentimientos. Extrañaba a Carmen. Por reflejo giró su cuerpo,
intentando que el sueño lo tomara por sorpresa para sumergirlo en aquel mundo
que hoy, más que nunca, anhelaba.
Fijó la mirada en el mueble donde
tenía la foto de Carmen. Estiró la mano con el ánimo de alcanzarla y admirar
ese rostro de mirada esquiva. ¿La volveré a ver?, se preguntó, aunque sabía que
la respuesta sería el silencio. Silencio, ese estado que había sumergido sus
emociones durante mucho tiempo hasta el momento en que el encuentro de miradas
desató la tormenta, su tormenta de enamoramiento, ausencia o amor, aún no lo
definía, pero lo sentía.
La pesadez en los ojos le recordó
que debía dormir. Volvió a intentarlo sin éxito y una huella de frustración le
cruzó la frente. Decidió levantarse, encender la luz y terminar aquel libro que
su maestra le obsequió el último día de clases.
El autobús llegó al andén 24. En
la sala de espera, Samuel se comía las uñas en espera de que Carmen llegara. A lo
lejos, identificó la procedencia del vehículo y una inusitada emoción le
invadió los rincones del cuerpo. Se acomodó el cuello de la camisa y puso la
mejor de sus sonrisas.
Los pasajeros comenzaron a
descender del autobús. Carmen bajó y Samuel corrió a su encuentro. La abrazó
con la fuerza de la distancia y miró aquellos ojos con los que tanto soñaba. Ella,
con una discreta lágrima, le correspondió el gesto y ambos quedaron
hipnotizados por la presencia del otro. El imán que años atrás había hecho que
sus labios se juntaran, apareció…
El timbre del despertador le
recordó que debía iniciar sus actividades. Con gesto adusto, maldigo al tiempo,
intentando recuperar el sueño y los labios de Carmen; no pudo. Por su cabeza,
giraba una fecha, el recuerdo de un año más sin ella.
@juaninstantaneo
No hay comentarios:
Publicar un comentario