viernes, 4 de abril de 2014

El rincón del amor

Samuel mira cómo Carmen se levanta para dirigirse al baño. Luce hermosa, piensa y suspira admirando el vestido más perfecto de la humanidad amada: la piel desnuda.

Decide girar para estirar la mano hasta el cajón donde resguarda las hojas de papel. Busca una pluma para comenzar a escribir y deja que las ideas fluyan. Se siente bañado por el océano y respira, aliviado, mientras desliza sus palabras.  

Samuel escribe:

Y vuelves aquí, a nuestro espacio, el rincón de amor que hemos formado tú y yo y la complicidad de dos cuerpos necesitados del otro.  Vuelves con la magia de tu sonrisa, con esa mirada que me seduce cada que enlazas tus ojos cafés con los míos. Vuelves y estallo y sé que estallas, me lo dicen tus suspiros, el temblor de tu piel, la ansiedad de los labios.

Vuelves y me amas y te amo y nos amamos en este pedazo de cielo que se convierte en eterno. Y a pesar de la distancia, el recuerdo del encuentro nos envuelve en su esperanzadora atmósfera; y respiramos del oxígeno pasional que nos deja continuar y esperar a que el silencio reine en la habitación para romperlo con esas palabras que, sabemos, son el inicio del big bang de nuestro amor.

Y me pregunto de dónde viene esta magia mutua, quién nos dotó de tanto amor y pasión, cuál es el origen de esta complicidad que descubrimos desde el momento en que nos besamos por primera vez y deseábamos no separarnos ni un momento más. Acaso, pienso, ¿seremos hijos o descendiente de Cupido? Tus ojos, tus palabras, tu esencia, me responden que sí, que ambos salimos de su arco, que somos dos flechas que colisionaron y se volvieron una, única e indestructible.

Escribo esta carta mientras espero a que termines tu baño. Rebobino mis recuerdos, buscando grabarlos en mis adentros y construir el templo de amor que te mereces, que siempre he deseado confeccionar y ofrendarte, sí, a ti, Carmen.

Y es que, ¿quién iba a imaginar que éramos el uno para el otro, si sólo nos veíamos con los ojos del cariño de amigos hasta que el miedo a la distancia nos hizo entrar en razón y entregarnos al sentimiento que vivía en el interior de nuestras personas?

Después, el tiempo alejados moldeó el enamoramiento convertido en amor. Y sin saberlo, sin imaginarlo, sin esperarlo, nos encontramos; si bien, al principio no nos reconocimos, bastó una sencilla plática, un extendido silencio para saber que éramos lo que siempre deseamos.

Ya cierro esta carta, he escuchado el cese de la regadera, quiero que sea una sorpresa y por ende no debes verme escribiéndola. Pero quiero concluir hablándote de uno de los sueños más grandes de mi vida: tomar tu mano y dejar que las mañanas, atardeceres y anocheceres, nos encuentren cuando el cabello se tiña de blanco, la piel luzca sus arrugas y la memoria comience a flaquear, pero quede, en nosotros, en la historia del mundo, el amor que tú y yo nos profesamos.

Contigo, por siempre, Samuel.

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