Samuel mira cómo Carmen se
levanta para dirigirse al baño. Luce hermosa, piensa y suspira admirando el
vestido más perfecto de la humanidad amada: la piel desnuda.
Decide girar para estirar la mano
hasta el cajón donde resguarda las hojas de papel. Busca una pluma para comenzar
a escribir y deja que las ideas fluyan. Se siente bañado por el océano y
respira, aliviado, mientras desliza sus palabras.
Samuel escribe:
Y vuelves aquí, a nuestro
espacio, el rincón de amor que hemos formado tú y yo y la complicidad de dos
cuerpos necesitados del otro. Vuelves
con la magia de tu sonrisa, con esa mirada que me seduce cada que enlazas tus
ojos cafés con los míos. Vuelves y estallo y sé que estallas, me lo dicen tus
suspiros, el temblor de tu piel, la ansiedad de los labios.
Vuelves y me amas y te amo y nos
amamos en este pedazo de cielo que se convierte en eterno. Y a pesar de la
distancia, el recuerdo del encuentro nos envuelve en su esperanzadora atmósfera;
y respiramos del oxígeno pasional que nos deja continuar y esperar a que el
silencio reine en la habitación para romperlo con esas palabras que, sabemos,
son el inicio del big bang de nuestro amor.
Y me pregunto de dónde viene esta
magia mutua, quién nos dotó de tanto amor y pasión, cuál es el origen de esta
complicidad que descubrimos desde el momento en que nos besamos por primera vez
y deseábamos no separarnos ni un momento más. Acaso, pienso, ¿seremos hijos o
descendiente de Cupido? Tus ojos, tus palabras, tu esencia, me responden que
sí, que ambos salimos de su arco, que somos dos flechas que colisionaron y se
volvieron una, única e indestructible.
Escribo esta carta mientras
espero a que termines tu baño. Rebobino mis recuerdos, buscando grabarlos en
mis adentros y construir el templo de amor que te mereces, que siempre he
deseado confeccionar y ofrendarte, sí, a ti, Carmen.
Y es que, ¿quién iba a imaginar
que éramos el uno para el otro, si sólo nos veíamos con los ojos del cariño de
amigos hasta que el miedo a la distancia nos hizo entrar en razón y entregarnos
al sentimiento que vivía en el interior de nuestras personas?
Después, el tiempo alejados
moldeó el enamoramiento convertido en amor. Y sin saberlo, sin imaginarlo, sin
esperarlo, nos encontramos; si bien, al principio no nos reconocimos, bastó una
sencilla plática, un extendido silencio para saber que éramos lo que siempre
deseamos.
Ya cierro esta carta, he
escuchado el cese de la regadera, quiero que sea una sorpresa y por ende no
debes verme escribiéndola. Pero quiero concluir hablándote de uno de los sueños
más grandes de mi vida: tomar tu mano y dejar que las mañanas, atardeceres y anocheceres, nos encuentren cuando el cabello se tiña de blanco, la piel luzca sus
arrugas y la memoria comience a flaquear, pero quede, en nosotros, en la
historia del mundo, el amor que tú y yo nos profesamos.
Contigo, por siempre, Samuel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario